lunes, 1 de junio de 2009

Fortunata y Jacinta, o una sombra


Intenté enfrascarme en la novela hace años; creo que fue justo después que la serie televisiva me diera a conocer el relato; hacía poco que había leído, recuerdo vagamente, La Regenta de Clarín. Aún podría evocar, casi de memoria, la última y espantosa frase de esta novela, a la altura del agonizante final de Madame Bovary de Flaubert (el mejor de la historia). Como un vómito final. Esperaba un relato, y un estilo, parecidos. Quizá por eso no pasé, en ese momento, de la página dos de Fortunata y Jacinta de Pérez Galdós.

Mi padre decía maravillas de Los episodios nacionales galdosianos. El título, sin embargo, ya me echaba para atrás. La historia de la España decimonónica huele a sopa grasienta y exhuda turbios vapores cenicientos.
He vuelto a intentarlo ahora. Temía una novela de realismo rancio; costumbrista; anecdótica; totalmente desfasada; de estilo garbancero, como una recreación espesa del barroco de Quevedo. Un mal rebozo.

Y me encuentro con un relato casi abstracto. Una novela de fantasmas, en la que se persigue un sueño de una mala noche. Un ejercicio casi matemático en pos de un concepto que no se alcanza. La realidad descrita, las calles, las plazas, los comercios dudosos y los interiores oscuros, juegan el mismo papel que las bebidas alcohólicas y los caminos infectados de grillos en los diálogos platónicos: un mero decorado raído para atrapar mejor al lector o el oyente, en cuyo centro se dirime la búsqueda de un ideal.

La novela se titula Fortunata y Jacinta. Éstas son, pues, las protagonistas. Fortunata debe ser, pues su nombre no solo aparece en el título sino que lo encabeza, la figura más importante.
La novela está dividida en varias partes. La primera tiene una longitud similar a la de una novela convencional: unas doscientas cincuenta páginas.
Fortunata no aparece. No sabemos ni siquiera si existe (en la larguísima primera parte, al menos): solo tenemos noticias vagas, referencias cazadas al vuelo gracias a conversaciones secretas entre algunos personajes, o a menciones, siempre parcas e incompletas. Fortunata solo es referida como un tema casi tabú en breves e interrumpidos diálogos cuchicheados, apartados. No se quiere hablar de ella. En una figura molesta, quizá un sueño o una pesadilla.
Es quizá la vez primera que un protagonista de una novela solo aparece dentro de un relato (conversaciones) dentro del relato (de la novela). Como si fuera un personaje conscientemente de ficción.
De pronto se descubre un hijo suyo. La primera prueba tangible de su existencia. Mas la atribución resulta ser falsa. Fruto de un engaño o un chantaje al que someten al protagonista masculino. Fortunata vuelve a ser un espectro.

Y sin embargo, el nombre, Fortunata, indica su importancia. Y su secretismo. No, no se refiere a ella misma. Fortunata no tiene fortuna; pero es la fortuna, el destino invisible que interfiere en la vida de los demás personajes. Todos dependen de ella. Todos han chocado con ella. Y se han dañado. Mútuamente. O eso cuentan. Planea como una sombra, como el destino aciego sobre toda la primera parte de la historia, siempre teñida, amenazada por la irrupción o revelación de Fortunata, que nunca acontece, como si solo fuera el fruto de los recuerdos fantasiosos del pelele Juanito, una excusa para engañar a Jacinta.
Fortunata se convierte en una obsesión.
Pérez Galdós no retrata la realidad circundante, sino algo impalpable, un ente, un personaje deseado (siempre anhelado) que quizá solo exista en la mente de Juanito y sea solo el objeto -inalcanzable, puesto que fantasmagórico- de su deseo. Juanito se pasa la primera parte de la novela persiguiendo una figura que no sabe siquiera si existe todavía (y de cuya posible existencia el lector solo tiene noticia y constancia gracias al recuento del recuerdo entrecortado de Juanito).

Algunos escritores, como Benet, en los años cincuenta, quisieron desbaratar, airear el costumbrismo macerado de Pérez Galdós. En el caso de Fortunata y Jacinta, al menos, el esfuerzo era inútil. La descripción de la realidad no era un fin, sino el intento de anclarse en la vida diaria para no enloquecer ante un espectro: el deseo que Juanito (y el lector) tienen de Fortunata que, como un espejismo, no cesa de retroceder, sin dejar de deslumbrar.

Fortunata es un concepto. Un sueño del pasado, que reaparece siempre como una sombra fugitiva, una figura entrevista que se desvanece, como los que Proust perseguirá.

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