martes, 9 de junio de 2009

La casa y el interior


He aquí el capítulo esencial del texto Recuerdos, sueños y pensamientos de C. G. Jung (un texto fundamental para el estudio de la arquitectura), en el que cuenta la construcción de su casa en Zurich que él llevó a cabo personalmente, piedra a piedra. La casa es la prolongación de quien (la) habita.


Para Jung, arquitectura y alquimia, íntimamente unidas (siendo la transmutación de los metales una imagen de la ordenación, el alumbramiento del espacio que el arquitecto practica), eran dos formas de edificación personal. A través de la observcación y el esfuerzo, ponía lentamente orden en su interior: su alma y su casa, y se elevaba.


EL TORREÓN

A través de mi trabajo científico fui asentando paulatinamente
mis fantasías y los temas del inconsciente sobre
terreno firme. Sin embargo, la palabra y el papel no me
bastaron; necesitaba algo más. Tuve que reproducir en la
piedra mis ideas más íntimas y mi propio saber, o hacer
una confesión en piedra. Tal fue el principio del torreón
que me construí en Bollingen. Puede parecer una idea absurda,
pero así lo he hecho y significa para mí no sólo una
satisfacción asombrosa sino también una culminación del
espíritu.1
Desde un principio me resultó evidente que lo construiría
junto a un lago. El particular encanto de la orilla
norte del lago de Zurich me había fascinado siempre y en
1922 compré un terreno en Bollingen. Se encuentra en la
región de San Mainrad y es solar de templos que perteneció
anteriormente al monasterio de Saint Gall.
Ante todo no planeé una casa exactamente, sino únicamente
un edificio de un solo piso, con un hogar en el
centro y los dormitorios junto a los muros, un tipo de vivienda
primitiva. Para ello me inspiré en una cabana africana
donde el fuego arde entre dos piedras, y toda la exis-

1. El torreón de Bollingen fue para Jung no sólo un lugar de recreo, sino
que pasó allí aproximadamente la mitad de su vida trabajando y descansando.
«Sin mi tierra, mi obra no hubiera podido surgir.» Hasta avanzada edad, Jung
halló distracción en cortar leña, cavar, cultivar y cosechar. En su juventud fue
aficionado a los deportes náuticos. A. ].


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tencia de la familia se desenvuelve alrededor de este centro.
En el fondo, las cabanas primitivas representan una idea de
la totalidad —se podría decir, una totalidad de familia en que
participan toda suerte de animales domésticos. Algo
semejante yo quería construir: una vivienda que
correspondiera a los sentimientos primitivos del hombre.
Debía dar la sensación de estar a salvo —no sólo en un
sentido físico sino también en el psíquico. Pero ya durante
las primeras obras cambié de plan; me pareció demasiado
primitivo. Me di cuenta de que debía construir una auténtica
casa de dos plantas y no una cabana que sobre el suelo se
aplasta. Así surgió en 1923 la primera casa circular. Cuando
estuvo terminada vi que era un auténtico torreón.
La sensación de tranquilidad y recreo que yo asociaba
con el torreón fue desde un principio muy fuerte. Significaba
para mí algo así como una morada materna. Pero
paulatinamente fui experimentando la sensación de que no
expresaba aún todo lo que había que decir, que faltaba algo
todavía. Así surgió al cabo de cuatro años, en 1927, la
construcción mixta, con un anexo también en forma de
torreón.
Al cabo de cierto tiempo tuve nuevamente la sensación
de insuficiencia. También en esta forma la construcción me
parecía todavía excesivamente primitiva. Así, en 1931 —
habían transcurrido nuevamente cuatro años— el anexo en
forma de torreón se convirtió en un auténtico torreón. En
este segundo torreón reservé un espacio exclusivamente para
mí. Me inspiré para ello en las casas indias en las que con
frecuencia se encuentra un departamento —aunque a veces
sea sólo un rincón separado de la habitación por una
cortina— donde los hombres pueden retirarse. Allí meditan,
quizás durante un cuarto de hora o media hora, o realizan
ejercicios de yoga.
En esta habitación aislada quedo a solas conmigo mismo.
Llevo la llave siempre encima; nadie puede penetrar allí
si no es con mi autorización. En el transcurso de los


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años he pintado las paredes y he expresado así las cosas
que de aquel momento me sumían en el aislamiento, de la
actualidad en la eternidad. Constituye un prisma de meditaciones
e imaginaciones —con frecuencia meditaciones
muy desagradables y pensamientos asaz difíciles, un lugar
de concentración espiritual.
En 1935 nació en mí el deseo de poseer un trozo de
tierra acotada. Necesitaba un gran espacio que se abriera
al cielo y a la naturaleza. Por esta razón agregué —habían
transcurrido de nuevo cuatro años— un patio y una logia
junto al lago. Formaban la cuarta parte del conjunto, separada
del triple complejo principal. De este modo surgió
uno cuádruple, con cuatro diferentes alas, y concretamente
en el transcurso de doce años.
Después de la muerte de mi esposa, en 1955, sentí el
íntimo deber de llegar a ser lo que yo mismo soy. En el
lenguaje de la casa de Bollingen: de repente descubrí que
en el ala intermedia, que hasta entonces se alzaba insignificante
y oculta entre los dos torreones, representaba, por
así decirlo, a mí mismo o a mi Yo. Entonces lo aumenté
un piso. Antes no hubiese sido yo capaz de ello; lo
hubiese considerado únicamente una audaz ostentación.
En realidad se manifestaba la supremacía del ego o de la
cons-ciencia alcanzada en la vejez. De este modo, un año
después de la muerte de mi esposa, la obra quedó
terminada. La construcción del primer torreón había
comenzado en 1923, dos meses después de la muerte de
mi madre. Estas fechas son significativas, porque el
torreón, como veremos, está vinculado a los muertos.
Desde un principio el torreón se convirtió para mí en
un lugar de perfeccionamiento, un seno materno o una figura
maternal en la cual podía volver a ser lo que soy, lo
que fui y lo que seré. El torreón me daba la sensación
como si hubiera renacido en piedra. Me parecía el cumplimiento
de lo presentido anteriormente y una representación
de la individuación. Un recuerdo aere perennius.
Ello repercutió en mí de un modo beneficioso, como una


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afirmación de mi modo de ser. Construí la casa por partes
aisladas y seguí siempre las respectivas necesidades concretas.
Las conexiones íntimas no las medité nunca. Se
podría decir que construí el torreón en una especie de
sueño. Sólo posteriormente vi lo que había surgido y que
ello poseía una forma razonable: un símbolo de la
integridad psíquica. Se había desarrollado como si una
vieja simiente hubiera germinado.
En Bollingen estoy en mi más propia esencia, en lo
que a mí respecta. Aquí soy, por así decirlo, el «hijo primitivo
de la madre». Así se dice sabiamente en la
alquimia, pues el «viejo», el «primitivo» a quien
experimenté ya de niño, es la personalidad número 2 que
siempre ha vivido y vivirá. Está al margen del tiempo y es
hijo del inconsciente maternal. En mis fantasías el
«primitivo» adoptó la figura de Filemón y en Bollingen
está vivo.
A veces estoy como abierto al paisaje y a las cosas, y
vivo yo mismo en cada árbol, en el murmullo de las olas,
en las nubes, en los animales que vienen y se marchan, y
en las cosas. No hay nada en el torreón que no haya crecido
y evolucionado en el transcurso de las décadas y con lo
que yo no esté unido. Todo tiene su y mi historia y aquí
hay espacio para el ilimitado reino del subinconsciente.
Prescindí de electricidad y yo mismo cuido del hogar
y la estufa. Por la tarde enciendo las viejas lámparas.
Tampoco hay agua corriente, debo extraer el agua yo
mismo mediante bombas. Parto la leña y preparo la
comida. Estas cosas simples hacen al hombre sencillo; y
¡qué difícil es ser sencillo!
En Bollingen me rodea el silencio y se vive «in
modest harmony with nature».2 Emergen pensamientos
que se hunden en los siglos que, por consiguiente,
anticipan futuros lejanos. Aquí se aminora el dolor de la
creación; lo genial y lo frivolo se aproximan.


2. Título de un antiguo grabado en madera chino en el que se ve a un
diminuto anciano en un paisaje heroico. A. J.


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En el año 1950 erigí en piedra una especie de monumento
a lo que significaba para mí el torreón. Es una maravillosa
historia cómo llegó a mí esta piedra:
Cuando construía el muro de separación del así denominado
jardín necesitaba piedras y las encargué a una
cantera de las cercanías de Bollingen. En mi presencia el
constructor dictó todas las medidas al dueño de la cantera
y éste las anotó en una libreta. Cuando llegaron las piedras
con el barco y fueron descargadas, vi que la soi-disant,
piedra angular, tenía las medidas completamente
equivocadas: en lugar de una piedra de triple canto habían
traído un cubo. Era un hexaedro perfecto de dimensiones
muy superiores a las que se habían dado, de unos 50
centímetros de arista. El constructor estaba indignado y
dijo a los descargadores que inmediatamente podían
llevarse de nuevo la piedra.
Pero cuando vi la piedra, dije: «No, ésta es mi piedra,
¡he de tenerla!» Comprendí al instante que me resultaba
apropiada y que quería hacer algo con ella. Pero no sabía
todavía qué.
Lo primero que me vino a la mente fue un verso latino
del alquimista Arnaldo de Vilanova (muerto en 1313)
y fue también lo primero que grabé en la piedra. Traducido,
dice así:
Aquí está la piedra, la insignificante.
Ciertamente vale poco en cuanto a precio.
Será desdeñada por los ignorantes, pero
tanto más amada por los sabios.
Este apotegma se refiere a la piedra alquímica, el
lapis, que es despreciada y rechazada por los ignorantes.
Pronto se convirtió en algo distinto. En la superficie
anterior de la piedra vi un círculo pequeño, como una especie
de ojo que mirara. También esculpí esto en la piedra
y en el centro coloqué un pequeño hombrecillo. Era el
muñequito que correspondía a la pupila del ojo, una espe-


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cie de cabir o telesforo de Esculapio. Está cubierto por un
abrigo con capucha y lleva una linterna tal como se le
puede ver en varias representaciones antiguas. ¡Al mismo
tiempo es un indicador de caminos! Le dediqué un par de
palabras que me vinieron a la mente durante el trabajo.
«El tiempo es un niño — juguetón como un niño —
jugando al ajedrez — el reino del niño. Éste es Telesforo,
que recorre las oscuras regiones de este cosmos y brilla
como una estrella procedente de las profundidades. Indica
el camino hacia las puertas del sol y al país de los
sueños.»3
Estas palabras vinieron a mí, una tras otra, mientras
estaba trabajando la piedra.
En la tercera cara que mira al lago dejé hablar, por así
decirlo, a la misma piedra en forma de inscripción latina.
Todas las frases son citas de la alquimia. Ésta es la traducción:
«Soy huérfano, estoy solo; sin embargo, se me encuentra
en todas partes. Soy una unidad pero contrapuesto
a mí mismo. Soy joven y anciano a la vez. No he conocido
ni padre ni madre, porque se me tuvo que extraer de
las profundidades como a un pez. O porque caí del cielo
como una piedra blanca. Voy vagando por bosques y
montañas, pero estoy oculto en lo más íntimo del hombre.
Soy mortal como todos, sin embargo, no me afecta el curso
de los tiempos.»
Como final coloqué bajo el versículo de Arnaldo de
Vi-lanova las siguientes palabras en latín: «En recuerdo
de su 75 aniversario C. G. Jung lo ha hecho y colocado en
1950 en acción de gracias.»
Cuando la piedra estuvo terminada, la contemplé de
nuevo y me asombré de ello, preguntándome qué significaba
a fin de cuentas hacer tal cosa.


3. La primera frase es un fragmento de Heráclito [H. Diels, Die Fragmente
der Vorsokratiker (Fragmentos de los presocráticos), 1903, fragmento
52); la segunda frase alude a la liturgia de Mitra (A. Dieterich, Eine
Mithrasliturgie, Leipzig y Berlín, 1923, p. 9); la última frase es de Homero
(Odisea, canto 24, verso 12). Para las demás inscripciones véase en el Glosario
«Alquimia». A. J.


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La lápida se encuentra fuera del torreón y viene a ser
una especie de justificación de ella. Es una manifestación
de su morador, que permanece, sin embargo, incomprendido
por los hombres. ¿Saben ustedes qué quería grabar en
su parte posterior? «¡Le cri de Merlín!» Pues lo que la
piedra expresa me recuerda la manifestación de Merlin
desde el bosque después de que desapareció ya del
mundo. Los hombres oyen todavía su grito, así dice la
leyenda, pero no pueden comprenderlo o descifrarlo.
Merlin representa el intento del inconsciente medieval,
de crear una figura paralela a Parsifal. Parsifal es el
héroe cristiano y Merlin es su oscuro hermano, en cuanto
que es hijo del diablo y una pura doncella. En la época del
siglo XII en que surgió la leyenda no existían todavía
antecedentes para comprender lo que representaba. Por
ello terminó en el exilio y por ello «le cri de Merlin»
resuena todavía después de su muerte en el bosque. Este
grito, que nadie podía entender, demuestra que continuó
viviendo en una forma enigmática. En realidad su historia
no ha terminado todavía y sigue en vigor. Se podría decir
que el secreto de Merlin fue proseguido por la Alquimia,
particularmente en la figura de Mercurius. Luego fue
recogido por mi psicología del inconsciente y ¡sigue hoy
todavía incomprendido! La razón de ello es que la vida del
inconsciente es algo del todo incomprensible para la
mayoría de los hombres. Una de mis más impresionantes
experiencias es constatar lo ajena que es a los hombres.
Una vez estaba yo en Bollingen, cuando el primer torreón
había sido ya terminado. Era en invierno de 1923-
1924. Por lo que puedo recordar, no había nieve, debíamos
estar ya al principio de la primavera. Estuve solo durante
una semana, puede que más. Reinaba un silencio indescriptible.
Nunca lo había vivido de modo tan intenso.
Una tarde, lo recuerdo todavía con exactitud, estaba
sentado junto al fuego y había colocado encima una gran
olla, pues quería calentar agua para lavarme. Entonces el
agua comenzó a hervir y la olla comenzó a cantar. Se oían


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muchas voces o instrumentos de cuerda y sonaba como
una orquesta polifónica. Era algo así como música polifónica,
que por cierto no puedo sufrir, pero que me pareció
singularmente interesante. Era como si en el interior del
torreón se hallara una orquesta y otra en el exterior. De
pronto predominaba una, de pronto la otra, como si se
respondieran mutuamente.
Yo estaba sentado y estaba fascinado. Durante más de
una hora escuché el concierto, esta mágica melodía de la
naturaleza. Era una música suave con todas las disonancias
de la naturaleza. Y ello era fiel, pues la naturaleza no
sólo es armónica, sino terriblemente contradictoria y caótica.
Así era también la música: un torrente de sonidos,
como algo propio del viento y del mar —tan extraordinario,
que no hay modo de describirlo.
Al comenzar la primavera de 1924 me encontraba de
nuevo en Bollingen. Estaba solo y había encendido la estufa.
Era una tarde también silenciosa. Por la noche me
despertaron unos suaves pasos que se oían alrededor del
torreón. Sonaba también una lejana música que se aproximaba
paulatinamente y entonces oí voces —risas y palabras.
Pensé: ¿Quién anda por ahí? ¿Qué es esto? Sólo hay
el pequeño sendero a lo largo del lago y apenas puede ser
cruzado. Mientras meditaba me desperté por completo y
fui a la ventana: abrí los postigos —todo estaba en calma.
No se veía a nadie, ni se oía nada, no hacía viento, nada,
absolutamente nada.
Esto es extraño, pensé. Estaba convencido de que había
oído realmente pasos, risas y charla. Pero por lo visto
sólo había soñado. Volví a la cama y medité acerca de
cómo puede uno engañarse y por qué sería que había tenido
tal sueño. Con estos pensamientos, volví a dormirme
y comenzó en seguida el mismo sueño: oí de nuevo pasos,
risas, música. Tuve, además, la representación visual de
varios centenares de figuras vestidas de oscuro, quizás zagales
en sus atavíos domingueros que venían de las montañas
que rodearon al torreón por ambos lados, cantaban,


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reían y tocaban el acordeón. Enojado, pensé: ¡Al diablo!
¡Creía que era un sueño y resulta que es verdad! Esta impresión
me hizo despertar. Me levanté de nuevo de un salto,
abrí ventana y postigos, pero todo estaba como antes,
sumido en el silencio más absoluto. Entonces pensé: ¡Se
trata de duendes!
Naturalmente me pregunté qué significaba que un sueño
de este tipo insistiera tanto sobre su realidad y el estado de
vigilia. Ello sólo sucede con los fantasmas. Estar de vigilia
significa percibir la realidad. El sueño representaba, pues,
una situación equivalente a la realidad en la que crea una
especie de vigilia. Este tipo de sueños descubren, contrariamente
a los sueños habituales, la tendencia del inconsciente,
dando al soñador una manifiesta sensación de
realidad, que por su repetición se acentúa aún. Como origen
de tales realidades conocemos las sensaciones físicas por una
parte, pero por otra las figuras arquetípicas.
En aquella noche todo era tan plenamente real, o por lo
menos así lo parecía, que, situado entre dos realidades,
apenas podía orientarme. No podía explicármelo. ¿Qué
significaban estos zagales cantando que desfilaban en largas
columnas? Me daba la impresión de que habían venido por
curiosidad a ver el torreón.
Nunca más volví a experimentar o soñar algo semejante.
Pero aquel acontecimiento me dejó atónito y no podía
recordar haber oído algo parecido. Posteriormente hallé un
sentido al sueño al leer la crónica de Lucerna de Rennward
Cysat del siglo XVII. En ella se narra la siguiente historia:
«En un pasto del Monte Pilatos que tiene fama de estar
poblado por fantasmas, ¡se dice que hoy todavía allí ronda el
espíritu de Woltan!, Cysat, en una ascensión al Pilatos fue
molestado por un gran gentío que rodeó su cabana cantando
al son de la música» —exactamente lo mismo que yo había
experimentado en el sueño.
Al día siguiente pregunté al vaquero, en cuya cabana
había pasado la noche, qué podría significar este hecho. Éste
estaba enterado ya: tuvo que ser el sälig lüt, es decir,


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el ejército de Wotan de las almas descarriadas. Acostumbraban
a «rondar» de este modo para hacerse notar.
Como explicación de mi sueño puede decirse que fue
una aparición en la soledad en el que el vacío y silencio exteriores
fueron compensados por la imagen del gentío. Ello
correspondería a las alucinaciones del ermitaño que
asimismo significan compensaciones. ¿Pero se sabe en qué
realidades se basan tales historias? Se podría creer también
que la soledad me sensibilizó hasta tal punto que percibí el
desfile del sälig lüt que pasaba por allí.
La explicación del acontecimiento como una compensación
psíquica nunca me satisfizo del todo y no me bastaba
decir que se trataba de una alucinación. Me sentía obligado a
considerar también el carácter de realidad. Especialmente se
presentaba aquí un paralelismo con el informe del siglo
XVII.
A lo sumo podía tratarse de un fenómeno de sincronización.
Estos fenómenos manifiestan que aquellos acontecimientos,
de los que creemos saber algo porque los percibimos
o presentimos por medio de un sentido interno, muy
a menudo tienen también una correspondencia en la realidad
externa. Y respecto a mi acontecimiento concreto existe en
realidad una correspondencia, pues en la Edad Media han
tenido lugar tales desfiles de jóvenes. Se trata de las
peregrinaciones que se realizaban particularmente en
primavera desde la Suiza central a Locarno, se agrupaban en
la «Casa di Ferro» en Minusio y proseguían hasta Milán. En
Italia se convertían en soldados y luchaban bajo bandera
extranjera. Podía pues ser la imagen de una de estas
marchas, que tenían lugar regularmente en primavera y en
las que se despedía a la patria con cantos y alborozo.
Mi fantasía se ocupó todavía mucho tiempo de este
extraño sueño.
Cuando en 1923 comenzamos a edificar aquí nos visitó
mi hija mayor y gritó: «Cómo, ¿tú edificas aquí? ¡Aquí hay
cadáveres!» Yo pensé naturalmente: «¡Qué absurdo!


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¡No vale la pena discutir!» Pero al cabo de cuatro anos,
cuando recomenzamos las obras, hallamos realmente un
esqueleto. Se encontraba a 2,20 metros de profundidad.
En el codo derecho se encontró una antigua bala de fusil.
Se veía por la posición del esqueleto que había sido echado
a la fosa en avanzado estado de descomposición. Pertenecía
a las muchas docenas de soldados franceses que en
1799 se ahogaron en el Linth y fueron arrastrados hasta
las orillas del lago. Esto sucedió después de que los
austríacos volasen el puente de Grynau que los franceses
habían asaltado. En el torreón se encuentra una fotografía
de la fosa abierta con el esqueleto y la fecha del día en
que se halló el cadáver en la torre: el 22 de agosto de
1927.
Construí entonces en mi finca una sepultura adecuada
al soldado, y disparé tres veces por encima de la tumba.
Luego coloqué una lápida con una inscripción. Mi hija
había presentido la presencia del cadáver. Su facultad de
presentir la heredó de mi abuela materna.4
En el invierno de 1955-1956 grabé la serie
genealógica de mis antepasados en tres lápidas y las
coloqué en la logia. La parte superior la adorné con
motivos de los blasones de mi familia y de la de mi mujer,
así como la de mis yernos.
La familia Jung poseyó originariamente un fénix
como animal heráldico que evidentemente tiene relación
con jung (joven), verjungung (rejuvenecimiento). Mi
abuelo varió los elementos del blasón, probablemente por
oposición a su padre. Fue un inteligente francmasón y un
Gran Maestre de la logia suiza. Es a esta circunstancia que
se debe la particularidad de su corrección heráldica. Menciono
este detalle, en sí insignificante, porque pertenece a
la dependencia histórica de mis ideas y de mi vida.
Mis armas heráldicas, según la corrección de mi
abuelo, ya no incluyen el fénix original sino que en la
parte superior derecha se halla una cruz azul y abajo, a la
izquier-


4. Cfr. Apéndice, p. 466.


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da, un racimo de uvas azul sobre un campo dorado; en la
parte intermedia se encuentra, sobre un travesano azul,
una estrella de oro. Este llamativo simbolismo es francmasónico
o rosicruciano. Del mismo modo que cruz y rosa
representan la antagónica problemática rosicruciana (per
crucem ad rosam), es decir, lo cristiano y lo dionisíaco,
también la cruz y las uvas tienen la significación de símbolo
del espíritu celestial y ctónico. El símbolo unificador
está representado por la estrella de oro, el Aurum Philosophorum.5.
Los rosicrucianos procedían de la filosofía alquímica
o hermética. Uno de sus fundadores fue Michael Majer
(1568-1622), un conocido alquimista y joven contemporáneo
del desconocido, pero importantísimo, Gerardus Dorneus
(fines del siglo XVI), cuyos tratados constituyen el
primer volumen del Theatrum Chemicum. Frankfurt,
donde vivieron ambos, parece que fue un centro de la
filosofía alquímica. En todo caso, Michael Majer fue
como comes pa-latinus (conde palatino) y médico de la
corte de Rodolfo II, una personalidad local conocida y
respetada. En la vecina Maguncia vivió entonces el doctor
en medicina y leyes Carl Jung (muerto en 1654), del que
no se sabe nada más que con mi tatarabuelo, nacido a
principios del siglo XVIII, Si-gismund Jung, un civis
Moguntinus (ciudadano de Maguncia), se inicia el árbol
genealógico. La razón es que los archivos de la ciudad de
Maguncia en un asedio durante una guerra española de
sucesión fueron pasto de las llamas. Es más que probable
que el instruido Dr. Carl Jung conociera los escritos de
ambos alquimistas, dado que la farmacología de entonces
estaba todavía bajo la influencia de Para-celso. Dorneus
fue un decidido partidario de Paracelso y compuso un
comentario amplísimo sobre el tratado de Paracelso De
Vita Longa. Estudió particularmente a los alquimistas en
el aspecto del proceso de individuación. En relación con
el hecho de que una gran parte de mi vida estuvo


5. El oro de los filósofos, es decir, de los alquimistas. A. J.


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dedicada a los trabajos de investigación de la problemática
de los antagonismos y en especial estuvo consagrada al
simbolismo alquímico, estos acontecimientos anticipado-res
no dejan de resultar interesantes, razón por la cual no quería
que el lector los ignorase.
Cuando trabajaba en el cuadro genealógico comprendí
claramente la curiosa vinculación del destino que me une a
los antepasados. Tengo la viva impresión de que estoy bajo
la influencia de cosas o interrogantes que quedaron sin
respuesta para mis padres y abuelos. Muchas veces me
pareció que en una familia existía un karma impersonal que
se transmitía de padres a hijos. Me lo pareció siempre, como
si hubiera de dar respuesta a cuestiones que se les plantearon
a mis antepasados, sin que ellos pudieran responderlas, o
como si debiera terminar o proseguir cosas que el pasado
dejó inconclusas. A este respecto es muy difícil saber si estas
cuestiones tienen un carácter más personal o más general
(más colectivo). A mí me parece que se trata de lo segundo.
Un problema colectivo aparece siempre —mientras no se le
reconoce como tal— como problema personal y despierta en
un caso dado la ilusión de que en el terreno de la psique
personal algo no está en regla. De hecho, la esfera personal
se halla alterada, pero no necesariamente en lo fundamental,
sino mucho más secundariamente a consecuencia de una
transformación insoportable de la atmósfera social. Por lo
tanto, la causa del desarreglo debe buscarse en tal caso no en
el ámbito personal, sino más bien en la situación colectiva.
Esta circunstancia la ha tenido muy poco en cuenta la
psicoterapia hasta nuestros días.
Como haría todo aquel que posee algo de introspección,
en un principio di por sentado que el desdoblamiento de mi
personalidad era cuestión de mi más personal incumbencia.
Cierto que Fausto me dio la palabra clave: «Dos almas
viven, ay, en mi pecho», pero no me aclaró la causa de esta
discrepancia conmigo mismo. La opinión de Fausto me
pareció coincidir con la mía. Pero yo no podía


276
entonces, cuando leí el Fausto, sospechar hasta qué punto el
extraño mito del héroe de Goethe era colectivo y cuán
proféticamente anticipó el destino alemán. Por ello me sentí
aludido personalmente y cuando Fausto, por altivez y
petulancia, comete el asesinato de Filemón y Baucis me sentí
culpable, algo así como si en el pasado hubiera tomado yo
parte en el asesinato de los dos ancianos. Esta extraña idea
me aterraba y veía como de mi propia responsabilidad el
expiar esta culpa o evitar su repetición.
Mis falsas conclusiones se vieron apoyadas por las noticias
que me comunicaron en aquellos mis años de juventud
gente ajena a la familia. Me enteré de que mi abuelo, según
la leyenda, era hijo natural de Goethe. Esta enojosa historia
me afectó hasta el punto de parecerme que explicaba y
fortalecía al mismo tiempo mis extrañas reacciones acerca de
Fausto. No pensaba en una reencarnación, pero creía
instintivamente en el concepto de lo que los indios
denominan karma. Puesto que entonces desconocía por
completo la existencia de lo inconsciente, me resultaba imposible
una comprensión psicológica de mis reacciones.
Ignoraba igualmente —aunque actualmente también se
sabe en general muy poco acerca de ello— que el futuro se
prefigura a largo plazo en el inconsciente y hasta qué punto
pueden errar sobre ello los clarividentes. Así, por ejemplo,
Jakob Burckhardt grita al conocer la noticia de la coronación
del Kaiser en Versalles: «Esto es el fin de Alemania.» Los
arquetipos de Wagner llamaban ya a las puertas y con ellos
llegó la vivencia dionisíaca de Nietzsche, que se adecúa
mejor al dios de la embriaguez, Wotan. La altivez de la era
guillermina enajenaba a Europa y preparaba la catástrofe de
1914.
De este espíritu de la época quedé preso inconscientemente
en mis años de juventud (allá por 1893) y no disponía
de medio alguno para sustraerme a él. Fausto me hizo vibrar
en lo más íntimo y me afectó de tal modo que personalmente
no podía comprender nada más. Se trataba principalmente
del problema del antagonismo entre el


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bien y el mal, entre el espíritu y la materia, la luz y la oscuridad,
que me preocupaba intensamente. Fausto, el filósofo
inepto, desorientado, me parecía chocar con su parte
oscura, con su inquietante nombre, Mefistófeles. Pese a su
naturaleza negativa, Mefistófeles representa, frente al
sabio marchito que pasa insensible ante el suicidio, el
propio espíritu de la vida. Mis contradicciones internas
aparecían aquí dramatizadas. Goethe había hecho en cierto
modo un rápido esbozo y un esquema de mis propios
conflictos y soluciones. El binomio Fausto-Mefistófeles se
resumía para mí en un único hombre, que era yo. En otras
palabras, me sentía afectado y reconocido, y ahí se hallaba
mi propio destino, razón por la cual todos los episodios
del drama me afectaban; tenía que asentir aquí y luchar
allí apasionadamente. Ninguna de las conclusiones podía
resultarme indiferente. Posteriormente vinculé en mi obra
conscientemente lo que Fausto dejó pasar por alto: el respeto
a los eternos derechos humanos, el aprecio de lo antiguo
y la continuidad de la cultura y de la historia del espíritu.
6
Tanto nuestra alma como nuestro cuerpo se componen
de elementos que todos estuvieron ya presentes en la
serie de antepasados. Lo «Nuevo» en el alma individual es
la recombinación variada hasta el infinito de los ancestrales
componentes, cuerpo y alma tienen por ello un carácter
eminentemente histórico y no hallan en lo nuevo, en lo
recién nacido la adecuada morada, es decir, los rasgos ancestrales
se encuentran en el propio hogar sólo en parte.
Nosotros no hemos terminado todavía con el Medioevo, la
antigüedad y el primitivismo tal como nuestra psique exige.
En lugar de ello somos lanzados a la catarata del progreso
que cuanto más nos impulsa con más salvaje ímpetu
hacia el futuro, tanto más nos arranca de nuestras raí-


6. La actitud de Jung la expresa la inscripción que escribió sobre la entrada de
su casa en Bollingen: Philemonis Sacrum - Fausti Poenitentia (El ataúd de Filemón
- Penitencia de Fausto). Cuando este lugar fue tapiado, trasladó las palabras sobre la
entrada del segundo torreón. A. J.


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ces. Pero una vez derribado lo antiguo, generalmente queda
también destruido y ya no es posible detenerse en absoluto.
Pero es precisamente esta pérdida de vinculación, este
desarraigo, lo que provoca una especie de «insatisfacción de
la cultura» y una prisa tal que se vive más del futuro y de sus
promesas quiméricas de una era dorada, que en el presente,
en el cual todo nuestro trasfondo his-tórico-evolutivo ni
siquiera se ha alcanzado todavía. Desenfrenadamente se
arroja uno a lo nuevo llevado por un creciente sentimiento de
insatisfacción, descontento y desasosiego. No se vive ya de
lo que se posee, sino de promesas, no a la luz del presente
día, sino en las tinieblas del futuro en que se aguarda el
auténtico amanecer. No se quiere reconocer que todo mejor
se adquiere a costa de un peor. La esperanza de una mayor
libertad es frustrada por un acrecentamiento de esclavitud al
Estado, para no hablar de los terribles peligros que nos
ofrecen los más brillantes descubrimientos de la ciencia.
Cuanto menos comprendamos lo que buscaron nuestros
padres y antecesores, tanto menos nos comprendemos a
nosotros mismos, y contribuimos con todas nuestras fuerzas
a acrecentar la carencia de arraigo e instintos del individuo
de tal modo que sigue a «la fuerza de la gravedad» sólo
como partícula física.
Mejoras progresivas, es decir, mediante nuevos métodos
o gadgets, resultan a primera vista verdaderamente
convincentes, pero dudosas en cuanto a su duración y en
todo caso se pagan muy caras. En ningún caso incrementan
el bienestar, la satisfacción o la felicidad. En la mayoría de
casos representan modos pasajeros de endulzar la existencia,
como, por ejemplo, las medidas de acortamiento del tiempo
que aceleran enojosamente el tempo y de este modo nos
dejan menos tiempo que antes. Omnis fes-tinatio ex parte
diaboli est: toda prisa proviene del diablo, solían decir los
antiguos maestros.
Mejoras que se basen en el pasado son generalmente
menos costosas y más duraderas, pues se resumen a los ca-


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minos más sencillos y seguros del pasado y a hacer el más
exiguo uso de periódicos, radio, televisión y casi todas las
innovaciones que, por así decirlo, ahorran tiempo.
Hablo mucho en este libro de mi ideología subjetiva
que, sin embargo, no representa ningún progreso de la razón.
Más bien es una visión que se obtiene cuando uno se
propone ver y oír la figura y voz del ser con los ojos semicerrados
y con los oídos algo sordos. Si vemos y oímos
con excesiva claridad, en tal caso nos hallamos limitados
a las horas y minutos del hoy y no percibimos el cómo y
el porqué nuestra alma ancestral acepta y comprende el
hoy, o en otras palabras, cómo reacciona el inconsciente.
Y así permanecemos en las tinieblas sin vislumbrar si el
mundo de los antepasados participa con bienestar
ancestral en nuestra vida, o a la inversa, si se aparta de
ella con aversión. Nuestra tranquilidad y satisfacción
internas dependen en gran medida de si la familia
histórica, personificada por el individuo, concuerda o no
con las condiciones efímeras de nuestro presente.
En mi torreón de Bollingen es como si se viviese en
muchos siglos. Me sobrevivirá y apunta por su emplazamiento
y estilo al más remoto pasado. Sólo en muy pocas
cosas recuerda el presente.
Si un hombre del siglo XVI se instalase en esta casa
sólo serían nuevas para él la lámpara de petróleo y las cerillas;
con el resto se sentiría totalmente a gusto. Nada
molesta a los muertos, ni la luz eléctrica ni el teléfono.
Pero las almas de mis antepasados perviven también en la
atmósfera espiritual de la casa, pues les doy respuesta a
cuestiones que dejaron pendientes en su vida, respuestas
buenas y malas, según mis propias capacidades. Incluso
las he esbozado en las paredes en forma de cuadro. Es
como si una gran familia silenciosa, que se extiende a
través de los siglos, poblara la casa. Allí vivo en «segunda
persona» y veo la vida, panorámicamente, cómo
transcurre y pasa.

2 comentarios:

  1. Es increiblemente bello como logra captar la compleja sencillez de la existencia.

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    1. A mí también me emocionó cuando lo leí.
      Gracias por la apreciación

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