sábado, 8 de agosto de 2009

La realidad y los sueños

(nueva interrupción temporal del cierre por vacaciones del blog)

De regreso de Bagdad, creímos que se trataba de una ocre ciudad mediterránea, similar a Barcelona -pese a estar sobre el Tigris, rodeada de desiertos-, y que las mujeres veladas de negro, cubiertas por el chador, convertidas en sombras sin forma, lo llevaban voluntariamente y no como una imposición, como aquí las mujeres portan pantalones. Nos basábamos en dos hechos: en un almuerzo, en un agradable restaurante en medio de un cuidado palmeral, nos sirvieron hummus, mutabal, tabulé: purés de berenjena o de garbanzos, y ensaladas de perejil o de sémola, como se encuentran en la mayoría de los países árabes (pero también "cristianos", como Grecia) mediterráneos.
Por otra parte, la culta arquitecta que conocimos, con el pelo cubierto, era devota, pero su marido no parecía tenerla en absoluto sometida. El porte del pañuelo respondía pues a una elección libre personal acorde con sus creencias. Y este caso debía poder aplicarse a todas las mujeres iraquíes, pese a que hace menos de diez años ninguna se cubría la cabeza y menos portaba un largo peplo enlutado -inexplicable, desde el punto de vista funcional, en unas tierras aplastadas por los cincuenta grados que la asolan en agosto.

Hoy, la realidad se desdibuja. Las personas que nos llevaron al restaurante han reconocido que lo que comimos nada tiene que ver con la comida habitual iraquí, mucho más cercana a la habitual de Centro-Asia. Ésta, sin embargo, se va perdiendo ante el empuje que la comida libanesa, de gran aceptación entre las clases ilustradas, que tienen a Beirut como referente y como sueño. Era como si hubiéramos estado en un restaurante chino (o libanés) en Barcelona. En eso, Barcelona y Bagdad se parecen.

Por otra parte, la arquitecta, al igual que todas las mujeres, sobre todo universitarias, de Bagdad, iban en manga corta y el pelo suelto hasta 2005 (como han explicado fuera de Irak), y las fiestas al aire libre, en efecto, se parecían a las de Barcelona. No son los padres, los maridos o los hermanos los que las obligan a cubrirse, ciertamente, sino el miedo ante el creciente imperio de los chiítas, hasta entonces casi inexistentes, crecidos desde que, con la invasión del país, los sunitas, más laxos o laícos, han perdido la batalla. Ninguna se cubriría ni se taparía si no temiera por su vida. Con la invasión, sobre todo norteamericana, ha entrado en Irak una influencia proscrita o evitada hasta la finalización de la guerra: la sombra alargada de Irán. Irak era laico. Es hoy una teocracia impuesta (y, ¿no lo es en Irán?)

La historia juega estas siniestras pasadas.

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