sábado, 27 de marzo de 2010

Crónica de Bagdad: 25 de marzo de 2010

El Triángulo de la Muerte: así es conocido el área al sur de Bagdad que incluye a Babilonia (la ciudad nueva y las ruinas) y la ciudad santa chiíta de Kerbala.

Hasta hace un año, las ejecuciones eran constantes. El refinamiento en las torturas y la desfiguración de los cadáveres inimaginable. El traductor árabe-español perdió a su tío. Fue decapitado. Los cuerpos mutilados, cuando eran devueltos a las familias, podían tener el vientre cebado de explosivos que estallaban durante el velatorio.

La protección con la que viajamos hacia el sur de Bagdad era abrumadora: diez tanquetas y tanques, doscientos cuerpos de seguridad iraquíes (policías y militares del Ministerio del Interior), unas seiscientas armas. Y, aún así, por razones no comunicadas (pero que tuvieron que ver con la seguridad), no pudimos llegar a la fortaleza pre-islámica de Al Ukhaider ni entrar en el segundo santuario de Kerbala, tras esperar, ya de noche, en medio del nerviosismo del ejército.

Bagdad-Babilonia: 30 km. Tardamos tres horas. Los controles en la carretera, sobre todo en los límites entre provincias (y ayer recorrimos tres) son extenuantes. Pueden durar unas dos horas.

Los ochenta quilómetros entre Bagdad y Kerbala los recorrimos en siete horas.

La región es desoladora. La tierra polvoriente, removida por tanques y atentados. Basura, agua estancada (agravada por los gélidos diluvios tormentosos que asolan estos días Bagdad y la región del sur), una tupida telaraña de cables conectados a generadores, casas a medio hacer, o a medio destruir (de las que solo queda un piso); un país desestructurado, devastado, donde todo está por (re)hacer. El regimen de Sadam Husein engendró miseria física y moral; el embargo (como medio alternativo a la guerra), que apoyamos en Occidente, asoló todo la sociedad -salvo el presidente y su entorno, que mandó construir setenta y ocho palacios: los de Babilonia son grotescos (inmensos, siniestros) , decorados con muebles ejecutados (en el sentido literal) en Valencia-. La guerra que Irak declaró a Irán causó dos millones de muertos en un frente que, durante ocho años, no se movió: toda una generación se perdió. La invasión norteamericana ha creado o favorecido una clase política corrupta, a la que, quizá, el posible nuevo presidente Al-Allawi, que ayer ganó las elecciones -algunas pocas personas, en medio de una noche desértica (como cualquier noche en Bagdad) barrida por aguaceros, se atrevían, subidos a coches que no cesaban de pitar, de celebrar una víctoria pírrica - ponga coto, o al menos asi lo esperan profesores y arquitectos iraquíes.

Vuelve el integrismo (que Sadam Husein, en los años noventa, queriendo congraciarse a los extremistas religiosos, ya cultivó). Pretenden que el parlamento apruebe una ley que impida que las mujeres viajen solas (salvo en viajes institucionales), que un hombre familiar (padre, hermano, hijo o tío -pero no sobrino) las acompañe.

Entre los años cincuenta y ochenta, Irak fue absolutamente laíco; las mujeres, con los mismos derechos que los hombres; la mayoría de los estudiantes eran mujeres. Hoy, en Kerbala están obligadas a llevar el chador, y algunas, debido a la influencia iraní a causa de los contactos entre ambos gobiernos, caminan tanteando enteramente cubiertas, la cara incluida, por un sudario negro.

Muchos iraquíes son lúcidos. Saben que en treinta años el país no se recuperará. Son conscientes que no verán los frutos de sus esfuerzos, vanos a menudo, y de resultados inciertos. Pero muchos, toda y esta lucidez, trabajan intensamente para que las generaciones futuras recuperen lo que sus abuelos tuvieron.

Y ayer por la noche, las desiertas calles de Bagdad lavadas por las lluvias, que entreaparecían ( mientras circulábamos a toda velocidad a las diez y media de la noche), entre las pocas luces encendidas, los reflejos en las aceras mojadas y la vegetación renacida, brillante por las aguas -Bagdad es un polvoso palmeral-, se asemejaban a un deslumbrante espejismo.

Esta mañana, una intensa tormenta barrió Bagdad.

(Agradecimientos a Francisco Elías, Antonio Zavala y Teresa Esquivías y, siempre, a Ignacio Rúperez, por su ayuda, entrega y entusiasmo)

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