lunes, 28 de junio de 2010

Rostros etruscos
















Los etruscos fueron posiblemente los inventores del arte del retrato, que los romanos republicanos, posteriormente, adoptaron. Caras en los que los rasgos individuales se marcan, las imperfecciones no se esconden o se suavizan.

La cultura helenística marcó quizá la retratística etrusca, pero mientras los escultores y los pintores de Alejandro y de sus descendientes crearon tipos hasta entonces inhabituables en el arte (pero comunes en el teatro de las comedias -el anciano, el sabio, el esclavo, el usurero, la bruja, etc., todos con faces alejadas de la serena perfección heróica y de su indiferencia-), los etruscos retrataron a personas de carne y hueso. Las mismas efigies de Alejandro lo equiparaban con Apolo.

Eran retratos funerarios, que tenían que preservar las marcas de cada ser, lo más característico, toda vez que los difuntos, pronto, alcanzaban la condición de antepasado, casi divinizado.

En los inicios, las testas moldeadas de terracota cubrían pequeñas urnas cinerarias (dotadas en ocasiones de bracitos, como tentetiesos), convertidas en relicarios, no muy distintos de los que hasta mediados del s. XX numerosas culturas africanas (como los Fang) utilizaron; tardíamente, los cuerpos fueron inhumados en sarcófagos de piedra o de terracota, sobre cuyas tapas, el difunto, solo o en compañía del esposo o de la esposa, yacía, la cabeza erguida, la mejilla apoyada sobre una mano, la cara seria, levemente alzada, con los ojos bien abiertos, mirando a la lejanía o al más allá, no se sabe si con esperanza o a sabiendas de lo que le(s) aguardaba.

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