martes, 13 de julio de 2010

El obrar del arquitecto (o el cultivo de su jardín)


Dijeran lo que dijeran en su día los artistas conceptuales, no hay arte si no hay obra. Y ésta, pese a lo que hicieran los dadaistas con los "objetos encontrados" y los surrealistas con los insignificantes "cadáveres exquisitos" (ambos, unos objetos artísticos decepcionantes o vanos), requiere el trabajo conjunto de la mano y la mente, Es decir, es consecuencia de un acto.

¿Cuál es el modelo de esta acción -que produce un fruto, una obra?

Actuar viene del latín agere (participio pasado: actum). Este verbo, cuyo campo de significados era muy amplio, se traduce primeramente por poner en movimiento: nombra una acción que se inicia. Empujar, dirigir, y no solo hacer y actuar, también traducen el verbo agere. Hablar, siempre y cuando la palabra fuera creadora, portadora de sentido (y no despistara, es decir, no sacara al oyente de la pista que debía seguir si quería llegar a la luz del sentido) también se decía agere.

En griego, el verbo agein (cuya raiz ag- es idéntica a la del verbo latino antes citado) significaba conducir. Y, por tanto, guiar. Un buen guía lleva por el buen camino. Lo que significa que quienes lo siguen no se equivocan. Y, así, agein también significaba educar, formar. Entramos, ahora, en el campo de la acción creadora, formadora o conformadora, que da frutos u obras. Construir, en ocasiones, se podía, obviamente, decir "agein" (Tucídides, 6, 99).

Entre los guías más renombrados y eficaces, se hallaba Apolo Aguieo. Apolo era el dios que trazaba caminos. Su viaje iniciático, de la isla de Delos, donde nació, al santuario de Delfos, que fundó, donde se instaló, que aconteció en los albores derl tiempo -como cuenta Homero-, cuando los humanos aún no existían, organizó el espacio, hasta entonces indiferenciado. Sus pasos trazaron sendas por la que los hombres venideros pudieron orientarse. El epíteto Aguieo significaba Protector de las calles (aguia era una vía, una carretera o una calle: un espacio por donde circular libre y seguramente, evitando los peligros de la selva, del espacio aún no ordenado) (véase: Marcel Detienne, Apolo el cuchillo en la mano, 1998; p. 28 de la ed. francesa), y aguiatis, un vecino: alguien cercano, próximo a nosotros, un semejante, y no un extraño (como lo son los que viven fuera de los límites del espacio civilizado, los bárbaros. Éstos no saben comportarse: exigen y no dialogan. Vociferar, exigir: actuar fuera -ex- de los límites de lo establecido, el ager o campo, el terreno del diiálogo).

El verbo latín agere está emparentado con el sustantivo ager: campo. Campo labrado, cultivado (que se distingue del agreste). Un hacer verdadero era una labor "de campo", sobre el campo; una acción cuya finalidad consistía en la delimitación y la ordenación del espacio, convertido en una tierra que da frutos, nutricia, una "nación" en el sentido verdadero (y no decimonónico, y tan usado hoy) de tierra donde uno ha nacido (tierra que no es una "patria" -arisco término que evoca a la adusta figura paterna, la ley imperiosa-, sino una "matria" o "tierra-madre").

La acción modélica consiste en un actuar sobre la tierra, ordenándola y cultivándola; delimitar y arar, abrir surcos en los que sembrar y de los que recoger frutos -o incluso hijos, en según qué mitologías (los niños, en Francia, aún nacen bajo las coles)-.

Estas tareas son las propias del arquitecto (que modela su acción sobre el hacer apolíneo): un trabajo sobre y en el espacio, trazando vías, parcelando el espacio, dándole forma y convirtiéndole en un lugar apto para la vida. El trabajo de la tierra es el prototipo del acto creador, cuya finalidad es crear vida -o favorecerla.

Una tarea que el arquitecto actual...

No hay comentarios:

Publicar un comentario