jueves, 7 de abril de 2011

Casas

La monarquía tiene ventajas. Se mantienen nombres célebres, a los que solo cabe cambiar una cifra (Luis XIII, XIV, XV, XVI, en Francia), y se supone que el saber se transmite. La transición es menos costosa y dolorosa. No implica ni siquiera un cambio de domicilio. En algunos casos, la monarquía no es hereditaria, como n el Imperio Romano (Augusto insistió en nombrar al mejor gobernante y no necesariamente a un descendiente suyo), pero, en general, la sucesión se simplifica si se estipula que es el hijo mayor es más capaz de ejercer las tareas para las que se le ha intentado preparar.


Este interesante sistema se ha extendido a gobiernos republicanos. Se conocen monarquías presidenciales (Siria, Corea del Norte, por ejemplo), en las que los hijos han sido designados por el padre, y no elegidos (como en los Estados Unidos), con resultados curiosos.

En el mundo de las artes plásticas y arquitectónicas, la delegación del taller en un hijo es o era moneda común desde la antigüedad. La existencia y exigencias del secreto profesional (aplicado a fórmulas de fabricación de tintes, pinturas, etc., utilizados en talleres de tallistas, pintores, etc.) conllevaba la prudencia. El hijo, formado por o en contacto con el padre, era el mejor preparado, el que estaba en posesión de todos los trucos y secretos requeridos, para que el taller siguiera funcionando. Éste podía o no cambiar de estilo o de temas. Habitualmente la línea se mantenía. Los clientes quedaban satisfechos. Los temas de más éxito se seguían tratando. Se crearon verdaderas sagas, que implicaban no solo a hijos, sino a nietos, hermanos, cuñados, suegros, etc.) Toda la familia vivía del taller, transmitido de generación en generación. De algo había que comer. El talento, empero, no necesariamente se transmitía. Hoy, no cuesta demasiado, pese a la pervivencia de unos mismos temas y de un modo de pintar muy parecido, distinguir entre las obras de El Greco padre e hijo (Doménico, y Jorge), como tampoco entre las de Zurbarán padre e hijo (Francisco, Juan), o entre las de "los Goya (Francisco, Javier), por no mencionar las diferencias entre las pinturas de Velázquez y de su suegro Pacheco. Pero, si no uno no presta demasiada atención, lo importante es el apellido, y museos y exposiciones -ocurre hoy en Barcelona- pueden lucir a "un" Zurbarán -aunque, de cerca, sin leer la cartela, se descubre que se trata de un Zurbarán diríamos que menor: su hijo ya lo intentaba, pero...

En arquitectura, el nuevo edificio de la facultad de arquitectura de Barcelona, construido hace unos veinticinco años, es un ejemplo modélico: se encargó a un prestigioso arquitecto ya mayor, fallecido antes de que el proyecto y las obras se llevaran a cabo. Pero éstas se construyeron. El edifico consta como la última obra del arquitecto. La Escuela puede contar un origen prestigioso. Obtuvo incluso un premio.

Desconozco si este trabajo familiar ha ocurrido en las artes literarias, aunque se sabe de hijos o familiares que han concluido obras inacabadas del padre. Nadie puede dejar pasar alguna buena ocasión.

Desde hace unos pocos años, ha aparecido una nueva e interesante modalidad de saga familiar: la monarquía profesoral. Así, en algunos departamentos universitarios, los hijos -incluso sus parejas- son contratados como profesores junto a, o en sustitución de, sus padres. Los beneficios son enormes. Si una escuela es conocida por el prestigio de determinados apelllidos, éstos perviven. Hay que ser ruin para leer la letra pequeña o fijarse en el nombre y no solo en el apellido. Por otra parte, ¿quién está mejor dispuesto para seguir las brillantes enseñanzas del padre que un hijo? Los alumnos no se despistan. Conocen los mejores apellidos. Inspiran confianza, seguridad, constancia. Aquéllos pueden confiar en las enseñanzas que se les van a impartir.  Finalmente, dichos nombramientos son un ejemplo: en un momento en que los jóvenes tienen tantas dificultades para entrar en la Universidad como enseñantes - lo que cortaría de inmediato la inevitable fosilización y "gerontocratización" del cuerpo de profesores-, admira que los hijos consigan que se abran las puertas: no todo está perdido. Y a confiar en los nietos 

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