miércoles, 25 de mayo de 2011

Espacio público

Plazas públicas en el centro de varias ciudades españolas están siendo ocupadas permanentemente, desde hace más de una semana, por manifestantes, que viven, duermen, debaten y comercian. Por ahora, el fin de la ocupación no se vislumbra en un fturo inmediato.
Las autoridades debaten si expulsarlos pese a que la ley lo permite.

Una plaza público es un espacio abierto. En tanto que público, no pertenece a nadie en particular, ni a ningún colectivo, sino a la colectividad. Se trata de un lugar de tránsito donde se acude a intercambiar bienes e ideas.El mismo vacío de una plaza pública ya simboliza que nadie ha podido plantar algún signo e pertenencia.

La ocupación de una plaza siempre está regulada: dura un tiempo limitado. Mercados, mercadillos, ferias, actividades "lúdicas", conciertos y actuaciones diversas pueden tener cabida, habitualmente o de manera ocasional en este espacio, siempre que los poderes públicos, de acuerdo con todos los ciudadanos, a quienes representan tanto a los que han votado a los representantes políticos como a los que les han dado la espalda, lo hayan estipulado de manera clara, sin que el edicto dé lugar a interpretaciones conflictivas.

En todos los casos, quienes se instalan en el espacio público saben que deberán dejarlo al cabo del tiempo fijado. A diferencia de un espacio privado, nadie puede echar raíces en un espacio público. Solo se puede pasar, pasear; la interrupción del tránsito es momentánea. Un espacio público siempre está vacío; es decir, disponible para cualquiera que quiere exponer una opinión o una mercancia, que quiera incluso exponerse (en el foro romano, los juegos y el teatro estaban autorizados, no así en el ágora griega). La gran aportación a la convivencia que el ágora introdujo en la vida urbana es precisamente la definición o delimitación de un espacio, bien acotado, al que nadie, ciudadanos y representantes, podían echarle el guante. Todas las voces, todas las decisiones tenían cabida, siempre y cuando ninguna se impusiera. Uno de los grandes conflictos de la historia, la renuncia de Aquiles a guerrear junto a sus compañeros de armas en la toma de Troya fue debido a que Agamenón tomó, por unos momentos, el mando en el ágora, o mejor dicho, impuso su voz cuando no debía. Ya que en el ágora, todo el mundo intervenía o actuaba, por orden, de manera ordenada.

Bien es cierto que las plazas públicas son tomadas por manifestantes, en ocasiones durante un tiempo casi indefinido. Recordemos la ocupación de la plaza de Tianamen en Pekín. En la mayoría de esos casos, lo que se pretende es la abolición no solo de un gobierno sino de todo un sistema político, casi siempre dictatorial, en favor de otro democrático. El cambio es sustancial. El orden, la ley ya no es aceptada. La ocupación, entonces, no es ilegal, ya que la legalidad no es reconocida. En el caso de las manifestaciones españolas, empero, no se busca denunciar un sistema político, sino exaltarlo, depurándolo de imperfecciones, deformaciones, corrupciones. Todos asumen el sistema democrático, tanto que cualquier decisión no se asume si nos votada (a mano o manos alzadas), El corazón del sistema se quiere preservar. Por tanto, no se trata de anular o abolir la ley, ni enfrentarse a ella, sino de afinarla. Pero esta misma ley que se enzalza, devolviéndole su pureza, es, al mismo tiempo, cuestionada, cuando se ocupa un espacio que no se puede ocupar sino compartir.

La presencia de manifestantes en las plazas públicas da lugar a interesantes casos jurídicos. Instalados de manera indefinida, constituyen lo que algunos manifestantes llaman una ciudad. Ciudad que responde a unas reglas; dividida por barrios o actividades, con zonas de comida, descanso, debates, comercio, zonas de ocio. Quizá no ea una ciudad sino un campamento, pero se trata, desde luego, de un área regulada. Regulada, empero por unas reglas que no son las de la ciudad, ya que por ley, el espacio público no puede ser ocupado de manera permanente. En caso de conflicto, entonces, ¿qué ley se aplica? ¿La ley aprobada por la ciudad, o la que los manifestantes han dictado para un espacio que pertenece a todos pero en el que todos no tienen cabida, al menos físicamente? Esto no debería de ser un problema. Los que ocupan la plaza podrían ser representantes de todos los ciudadanos o colectivos. Mas, ¿lo son? ¿qué derecho les ampara? ¿quiénes los han nombrado?  Es posible que hayan sido elegidos, mas la elección no se ha hecho visible. Por otra parte, quienes circulan en la plaza pero no son manifestantes o quienes asisten a lo que acontece sin ser agentes, ¿a qué ley tienen que acogerse? ¿La ley pública, o la ley que impera en la plaza?

Los debates son públicos. Tienen lugar a la vista de quién quiera asistir o mirar. Son, por tanto, espectáculos. Lo que importa es lo que se dice o se debate, pero también que el debate tenga lugar a la vista de todos, no para ser oído o discutido por todos, sino para ser visto, simbolizando un "estado" de protesta. Cuenta tanto lo que se dice como el que se escenifique que se habla. Que se discuta y que la imagen del acto se publique en primera página. Estamos  en l mundo de la imagen, en medio de un acto representativo. La plaza es un gran escenario donde se se discute siempre ante el público. Los manifestantes son representantes o actúan como representantes. Asumen un papel. Se les conoce como representantes. Mas, posiblemente, se representen a sí mismo, se representan en tanto que que ciudadanos que debaten. Mientras que, habitualmente, quienes debaten en los foros lo hacen porque son representantes (elegidos), en este caso, al debatir se convierten en representantes. La acción les da sentido. Por eso, las manifestaciones deberían durar siempre.

La protesta es justa o no; ésta no es la cuestión, ya que la cuestión radica en el "espacio" que ocupa. El debate, entonces, acontece a modo de espectáculo. Quienes intervienen asumen un papel. Los verdaderos debates siempre son públicos. Tienen lugar en espacios dispuestos como en un teatro. Las salas de debate, los congresos, las asambleas presentan gradas y un escenario. Los oradores "suben" a la tarima. Y lo que acontece tiene la verdad que el arte encierra: imita o representa la vida. Mas, para que eso ocurra, quienes intervienen tienen que haber sido elegidos. Tienen que estar reconocidos por todos los espectadores, es decir por los ciudadanos. En un debate que tiene lugar a la vista de todos, la ciudad, por medio de sus representantes, se ofrece en espectáculo; y la obra, es la ciudad que debate.

¿Acontece exactamente así en el caso de las manifestaciones presentes?

Un ocupante se apropia de un espacio. Lo hace suyo. Lo "roba" o escamotea, entonces, del disfrute de los demás. Esta acción es legítima si el ocupante ha sido designado para el papel o la función que asume. ¿Lo es en estos casos?

Desde luego, las manifestaciones simbolizan una quiebra del derecho público. La crisis no solo es económica sino moral. Las leyes quedan en entredicho. No se aplican. No pueden aplicarse. Son sustituidas por otras. La culpa. quizá, incumbe a quienes nos representan; es decir, nos incube a todos cuando los elegimos, eligiendo a representantes que temen aplicar la ley -temen el conflicto, es decir, el debate-, pero tampoco osan cambiarla. Dejando hacer, la ciudad se disuelve; y disuelta ésta ya no caben imágenes de algo que ya no existe. La "ciudad" en la plaza pública solo tiene entido si la ciudad existe. Negando su existencia, se niega a si misma; aunque, paradíjicamente, el que la plaza esté ocupada por una pequeña ciudad sería una prueba de la bondad de la vida urbana, bondad ante la cual la ocupación de la plaza no tendría sentido.

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