sábado, 7 de mayo de 2011

(La tela de araña y la concha: Louise Bourgeois y Zarina Hashmi): dos visiones del hogar

Shelter


Homes I Made, 1984


Homes I Made (nueve obras), 1958-1961


Homes I Made (detalle)


Homes I Made (detalle)


Homes I Made, Life in Nine Lifes, 1997


Those Cities Blotted in the Wilderness


Cities I Called Home, 2010


Cities I Called Home: Aligarh


Cities I Called Home: Delhi


Delhi, 2000


City of Light and Darkness


Home is a Foreign Place, 1999


Home is a Foreign Place (detalle)


Spaces to Hide


Shadow House, II, 2006


Shadow House, I, 2006


Shadow House, 2006


House of Many Rooms, 1993


Zarina Hashmi (Aligarh, 1934 ó 1937)

Atlas of My World, 2001

Tras el reciente fallecimiento de la nonagenaria artista norteamericana de origen francés Louise Bourgeois, ya solo queda la artista hindú Zarina Hashmi (1934 ó 1937), a quien los homenajes, exposiciones personales y antologías se suceden en "Occidente" (Estados Unidos y Francia, donde vivió unos años) desde hace unos diez años.

Ambas artistas han tratado, una y otra vez, el tema de la casa o, mejor dicho, del hogar. Pero no caben visiones más dispares.

El símbolo de la casa es la tela de araña (y ésta, la araña, el constructor), para Bourgeois; atrapa, aprisiona; sus formas son viscosas. Hashmi, en cambio, muestra que la concha representa el hogar; replegado, recluido. El hogar es -o, mejor dicho, fue, un día, ya que la casa materna ya no existe- un escondite, que da la espalda al mundo, donde el ser humano, sintiéndose protegido, se encuentra consigo mismo, con sus recuerdos.

La casa de Bourgeois es una cárcel, una celda. De la casa brotan piernas (una imagen poderoso que algunos han interpretado como una imagen antropomorfizada de un edificio, vivo y unido hasta el mimetismo con el humano que la habita, hasta casi ahogarlo), como si el usuario, como un niño demasiado grande en una cuna que le viene pequeña, no cupiera en el hogar, o como si la casa quisiera huir, no estuviera firmemente unido al suelo. Las aperturas son los intersticios entre los barrotes. Las líneas que Bourgeois traza o maneja son hilos de coser o de bordar -algunas obras están bordadas, de verdad- evocando una cuerda que enreda al ser humano, lo inmoviliza. Éste está atado a un lugar, no como haya echado raíces, sino porque su hogar lo enjaula.

Para Hashmi el hogar (materno) es un recuerdo anhelado. Hasta las ciudades, en el recuerdo, se convierten en paraísos perdidos. Hasta los mismos países de acogida. Pero la trama urbana, que debería estar firmemente urdida, se deshilacha. Las calles parecen no llevar a sitio alguno, quizá porque los recuerdos no logran remontar el hilo, o porque las tramas bien urdidas solo caben en los recuerdos. Parches, retazos, formas inconexas, como las que pueblan un sueño, son los restos de lo que fue, o de lo que se piensa que fue, un espacio armonioso. El plano de la ciudad se asemeja a una tierra reseca: las calles son grietas, intersticios entre bloques a la deriva. Hashmi vivió el trama de la partición de la India. Su concepción del límite es compleja: los límites parten lo que debería estar unido, pero también protegen: son muros y fronteras.
La casa debería estar enteramente cerrada, vuelta sobre misma. Sin embargo, el envoltorio de los muros está rajado por cortes. La luz penetra por estas heridas. Pero daña el penumbroso interior. El hogar ofrecía una sombra protectora; hoy, solo es una sombra de lo que fue. Se ha convertido en un espacio extraño. Nadie puede vivir en él. Originariamente, empero, quizá solo en los recuerdos imaginados de la niñez, la casa fue un espacio habitable, deseado, en el que gustaba morar, o esconderse.

Zarina Hashmi quizá sea una de las pocas grandes intérpretes del espacio habitado que aún quedan. Quizá porque no es arquitecta. Como tampoco Bourgeois lo fue. Ambas han percibido el espacio interior de muy diversa manera; pero lo han sentido, se han sentido atrapadas por él.

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