miércoles, 11 de mayo de 2011

Perspectiva mesopotámica

La publicación del estudio de Erwin Panofsky, en los años veinte, La perspectiva como forma simbólica, trastocó completamente la imagen de que se tenía de la representación perspectiva renacentista. Hasta entonces, ésta era considerada como un sistema representativo objetivo: las cosas aparecían "tal como eran", sin depender  de las jerarquías que habían influido en el esquema representativo medieval (las formas más grandes no lo eran "verdadramente" sino que eran consideradas más importantes, superiores, como los miembros de la corte celestial, el rey o los nobles, en comparación con los siervos y la servidumbre. La información gráfica brindada en la Edad Media no era de fiar.) Los artistas renacentistas, por el contrario, hallaron un método que ofrecía una imagen veraz o convincente, sin distorsiones, de los entes representados.

Sin embargo, Panofsky argumentó que la visión objetiva renacentista no era tal, sino que las imágenes solo mostraban lo que el artista veía y quería mostrar. La imagen era un punto de vista subjetivo. No solo ofrecía dos caras tan solo de la realidad sino que estas eran retratadas en función de la posición escogida por el artista. Las cosas se mostraban tal como aquel decidía: estaban sometidas a un punto de vista personal. Este interpretación del sistema de representación perspectiva se basaba en la teoría del arte de Kant, según el cual, la interpretación y valoración del arte (y de todas las cosas sometidas a escrutinio) dependía del gusto, bueno o malo, del intérprete; gusto necesariamente personal, que responde solo a criterios o puntos de vista subjetivos. Las cosas no "son" sino que solo "parecen", si bien, puesto que la mayoría de los observadores u espectadores poseemos gustos parecidos, la discusión o el debate es posible, y los puntos de vista pueden armonizarse y dejar de ser enteramente personales. La representación "impersonal" existía, ciertamente: la vista caballera ofrecía una imagen que no respondía a ningún punto de vista; punto de vista humano, habría que decir, ya que dicha representación muestra lo que un ojo situado en el infinito percibe: el ojo de dios, pues. La perspectiva caballera también es personal, aunque se trata de la visión del ojo que todo lo ve: una concepción curiosamente medieval.

Queda preguntarse si la nueva manera de mirar al mundo del Renacimiento lo fue verdaderamente. El cambio con respecto al Medioevo es indudable. ¿Lo fue en comparación con culturas anteriores?

Para poder mirar y representar una cosa o una persona, tengo que colocarme delante. La representación mimética o perspectiva responde a una cara a caro entre el artista o el observador y lo que contempla o se le ofrece a la vista. El artista tiene que colocarse delante, frente a lo que quiere ver y mostrar.

En sumerio, el adverbio delante se decía igi. También significaba anteriormente. Implica una distancia espacial y temporal. Pero igi significaba también ojo. Un ojo que no existía sin un rostro (otro significado de igi). Por tanto, estar delante implicaba, necesariamente, delante de un ojo, es decir de un observador. Una representación frontal mostraba lo que un ojo avezado distinguía. No cabían representaciones objetivas, sino objetivas, no se concebía una representación independiente de un sujeto que miraba. Las ocas se mostraban no tal como eran sino tal como un ojo las ordenaba. Las cosas se sometían a la voluntad o el deseo de un ojo. De un punto de vista.

Los mesopotámicos no inventaron el sistema representativo perspectivo que quizá ni los helenísticos ni los romanos conocieron, ya que implica la creencia o aceptación de un espacio extenso y uniforme, noción o concepción que aún no existía en la antigüedad. Pero sí sabían que las cosas visibles siempre "responden" a a la mirada, necesariamente personal, de un observador. De un buen ojo. Un ojo razonable, en el que la sensación se coordina con la razón, dando lugar a una observación "juiciosa": en efecto, igigal significaba gran ojo, buen ojo, es decir, perspicacia, inteligencia o agudeza, entonces. La importancia del "sujeto" observante o enjuiciante no podfía quedar sino acrecentada.

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