lunes, 31 de octubre de 2011

URUK, 28 de Octubre de 2011


















































1-3.- Llegando a Uruk
4.- Area sagrada del Eanna; el zigurat, al fondo
5.- Cerámica rota en el Eanna
6 -7.- conos decorativosde la fachada del "Templo de los Conos" (o sala comunitaria) en el Eanna
8.- Eanna 8tercer milenio aC)
9.- Zigurat (finales tercer milenio aC)
10.- Zigurat. Destacan las franjas de esteras
11.- Detalle de las frajas de esteras del zigurat
12.- Zigurat
13.- Templo Blanco (mitad del cuatro milenio aC), mirando al norte
14.- Fragmentos del recubrimiento de cal del Templo Blanco
15.- Templo Blanco, mirando hacia el sur, donde se halla en Templo de la diosa de los juncos Ningal, llamado Giparu
16 - 17.- Bases escalonadas (conformando un falso zigurat) sobre el que se alza el Templo Blanco. A un lado, rampa o escalinata de acceso
18.- Templo Blanco, mirando hacia el norte
19.- Templo de Ningal, llamado Giparu (cuarto milenio aC) - en realidad, los cimientos del templo-.
20-21.- Giparu, desde lo alto del Templo Blanco
22.- Giparu, desde dentro
23 - 24: Estatuillas de toros, de terracota, halladas por Marc Marín, en la base del templo kasita, al oeste del del Giparu. Serán depositadas en el Museo Nacional de Bagdad
25.- Gran cono decorativo, hallado crca de las estatuillas
26-33: Templo seleucida (s. III aC)

Fotos en B/N:
1.- Zigurat
2 - 4.- Templo Blanco
5.- Giparu
6 - 7.- Base de templo kasita (mitad del segundo milenio aC), situado al oeste del Giparu, por encima de éste.
Fotos: Tocho, octubre de 2011

Además del ingente número de fragmentos cerámicos, la tierra de cada yacimiento sumerio está salpicada de un tipo particular de objeto: conchas marinas y astillas de alabastro en Eridu, ladrillos estampillados en Tello, y alquitrán en Ur:
En la tierra arcillosa de Uruk sobresalen, sin estar ni siquiera enterrados, conos y tronco-conos de terracota, casi todos ocres, de distinto tamaño (desde unos seis hasta unos treinta centímetros), la mayoría enteros. Éstos, en su día, se hundían por la punta en las húmedas paredes de adobe de las fachadas de los templos, dejando visible la base circular, lo que permitía crear cenefas decorativas a base de pequeñas circunferencias coloreadas: franjas con un cierto aire "pop". Algunos están aún en su sitio, especialmente en la base de uno de los muros del santuario dedicado a Inanna, al pie del zigurat, en el área sagrada del Eanna: queda aún un fragmento in situ  bien conservado, que ha escapado a los primeros arqueólogos y a los saqueadores. Después de que lo hubiéramos descubierto y fotografiado, ha vuelto a ser enterrado.

Los arqueólogos discuten acerca de la primera ciudad de la historia. Desde finales de los años noventa, se piensa que Tell Brak, en la ribera del río Éufrates, en lo que es hoy el norte de Siria, podría ser anterior a la que, desde hace un siglo, se ha considerado la ciudad más antigua, y más extensa y poblada (hasta la Roma imperial) de la Antigüedad: Uruk. Mas Uruk ha mrcado duraderamente la historia de Mesopotamia, y del mundo. Fundó incluso colonias situadas en Anatolia. Organizó el primer "imperio" de la historia. Ha dado nombre a una era o una cultura. Tell Brak solo ha dejado amuletos contra el mal de ojo.

Los edificios más antiguos remontan al sexto milenio aC; las primeras tablillas escritas, halladas precisamente en Uruk, hacia el 3500 aC.
Se trata de una de las primeras ciudades, si no la primera, de la queda una descripción antigua (del segundo milenio aC, al menos), aunque sea breve. Según el Poema de Gilgamesh, Uruk fue construida por orden del legendario rey Gilgamesh. Destacaban las murallas, aun perceptibles, en cuyos cimientos fueron depositadas tablillas que relataban la construcción de las mismas murallas, fundamentadas sobre estas tablillas, sobre el relato de su fundación.
El Poema de Gilgamesh es un relato dentro de un relato: narra su propia narración. Gilgamesh, en efecto, destacó la importancia de las tablillas fundacionales que cuentan las andanzas que el lector está a punto de descubrir. Uruk fue una ciudad tan compleja como su relato fundacional. Una ciudad literaria. Gilgamesh, quizá solo una figura literaria, embarga Uruk.

Uruk era una ciudad fluvial o un puerto marítimo, abierto directamente al mar, o indirectamente a través de las marismas. Los ríos Tigris y Éufrates han cambiado el curso y, debido al aporte de aluviones, la tierra firme ha ganado espacio al mar, que se ha retirado; la costa se halla hoy a unos doscientos quilómetros más al sur. Los restos de Uruk se ubican en medio de un desierto de arena y arcilla que se extiende hasta el horizonte, sin apenas algún arbusto (plantado).

Desde lejos, tres montículos unidos se recortan sobre el horizonte. Forman una especia de cadena montañosa, o un temblor en el horizonte, algo así como un espejismo. Se intuye que el yacimiento es extensisimo. La ciudad, en su momento, tenía quilómetros cuadrados. Es casi imposible recorrer todo el yacimiento a pie.

La ciudad comprendía dos áreas sagradas: el Eanna, dedicado inicialmente al dios del cielo, An, y, posteriormente, a la diosa del deseo y de la destrucción, que regía las lluvias y los cataclismos, la diosa Inanna. y un segundo sector, llamado Kullab, al servicio del dios An.
Los numerosos templos o "templos" se ubicaban al pie del zigurat: en efecto, sorprende que esas estructuras tan grandes, sin capillas para las estatuas de culto, no tuvieran entradas que condujeran, de manera desviada, hacia la sala central; si los restos fueron correctamente excavados, se entraba y se salía sin dificultad de los supuestos templos; éstos daban directamente al exterior, por lo que podrían ser más bien salas comunales. Fueran templos, espacios rituales o lugares donde la ciudad se representaba a si misma a través de asambleas, estas estructuras, hoy, reducidas a muretes casi imperceptibles cubiertos ded arena, son muy anteriores al zigurat, construido hacia el 2050 aC.
Éste destaca poderosamente sobre la ciudad fantasmagórica. Desde lo alto, se domina toda la planicie. Fue construido alternando adobes con esteras de juncos situadas cada metro y medio. Supongo que absorbían los empujes: servían de armadura. Al mismo tiempo, no es descartable una función simbólica: evocaban la vida de las aguas primordiales, a través de los juncos, un simbolo de rectitud y justicia.

El Kullab es una montaña mágica. Se asemeja a un zigurat; la imagen es casual: se trata de un falso zigurat; no fue concebido como tal:  consiste en sucesivas terrazas apiladas a lo largo de siglos.
En lo alto, el Templo Blanco: todo el volumen y el enlosado del templo estaban cubierto de cal o de losas de cal, de la que quedan numerosos testimonios. En los años veinte, la estructura del templo, así como una rampa y una escalinata laterales, se reconocían perfectamente. Hoy, noventa años más tarde, la rampa y la escalera se han desvanecido casi enteramente por la erosión y las lluvias, al igual que la mayoría de los muros, reducidos amuñones, patéticamente alzados, como ramas descarnadas de un arbusto reseco; mas no así el lugar. Desde el umbral invisible del templo, la vista se pierde en la planicie, y el sol deslumbra en este preciso espacio. Aún se percible su presencia ausente.
Los restos arqueológicos son como los recuerdos proustianos. En cuando se exponen a la luz, se descubren y se viven plenamente, se desvanecen. Y ya nunca podrían ser reconstituidos. Todos los intentos para reconstruir la arquitectura del pasado, o las propias ruinas, son letra muerta, o papel mojado. Literalmente. Solo cabe la imaginación. Y el poder del Templo Blanco todavía se impone aunque esté casi desaparecido.

A los pies de la base aterrazada del Templo Blanco, una estructura admirable: el Giparu, también conocido como el Templo de Piedra: una perfecta estructura laberíntica, intacta, que evoca los meandros de un río, y que quizá simbolizara el curso del río de la vida (río y marisma se decían del mismo modo en sumerio). Estaba dedicado a Ningal, la diosa de los juncos, símbolos de vida recta, esposa de la Luna y madre del Sol. El Giparu aparece como el santuario que articula todo el conjunto aterrazado y le da sentido.
Lo que se descubre hoy, sin embargo, no es el templo, sino un templo subterráneo (lo que explica su perfecto estado de conservación): los cimientos, que reproducían la planta y el volumen del santuario, y aseguraban su permanencia física y espiritual.

Al pie de una de las laderas que mira al Giparu, no lejos de la base de un templo posterior, de época kasita (mitad del seguno milenio aC), un bulto diminuto, entre innumrables fragmentos cerámicos aprisionados en la tierra, despuntaba. Rascamos. Dos pequeños toros de terracota, casi enteros, posiblemente de unos seis mil años de antigüedad, aparecieron. Los entregamos al arqueólogo iraquí que venía con nosotros, y serán depositados en el Museo Nacional de Bagdad. Toros: animales lógicamente asociados con los juncos que crecían -y crecen- en las marismas que eran las Aguas de la Sabiduría, gracias a la presencia indestructible del Giparu, a su enraizamiento.

Volvimos a ascender a la cumbre del zigurat del Eanna. De pronto, un rayo, seguido de un trueno desgarrador. Sobrecogidos. Hasta los helicópteros que sobrevolaban el yacimiento parecieron desvanecerse. El aire se detuvo, y un silencio atronador se impuso. Nuevos truenos, ya amortiguados. El cielo era el mismo de cada día, sin embargo: una pizarra gris emborronada con las ondas de manchas de tiza. Nada hacía prever esta violencia. Caían las primera gotas. Corrimos a la casa de la misión arqueológica. Inanna seguía viva.
Decenas de personas han muerto fulminadas por esos rayos inesperados, en medio del desierto.

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