lunes, 30 de enero de 2012

APKALLU, O LAS CARPAS SAGRADAS DE SANLIURFA


La mayoría de la población de la ciudad anatólica de Sanliurfa (en Turquía, en las estribaciones de los montes Tauro, no lejos de la frontera siria), es musulmana. En el islam, cualquier atisbo de idolatría está proscrito.
Sin embargo, sorprendentemente, a los pies de la ciudadela, cerca de una cueva dónde la tradición afirma nació Abraham, se halla un largo estanque de piedra en cuyas aguas nadas innumerables carpas barbadas de gran peso. El estanque de piedra dorada, casi una canal, se extiende como una larga alfombra ante una mezquita otomana. Un gran número de personas, familias enteras, parejas, acuden diariamente a alimentarlas. La mayoría de las mujeres llevan un pañuelo en la cabeza, por lo que se supone son musulmanas practicantes.
El hecho sería insignificante si no se supiera que estos peces son sagrados. Su pesca está vetada, y se dice que su ingestión produce ceguera.
¿Por qué?

Sanliurfa se halla cerca de la antigua ciudad de Harran, patria de Abraham según el Corán, aunque el Antiguo Testamento insinúa que el Patriarca hubiera podido haber nacido no en Ur sino en aquella ciudad, como ya se ha comentado en una entrada anterior.
La relación entre Sin, el dios mesopotámico de la luna, y las ciudades de Ur y de Harran (ligadas a la vida de Abraham), y el hecho que Sin, en tanto que divinidad de la fertilidad, mandaba sobre las aguas, otorga una especial importancia a Harran y a Sanliurfa, situadas muy cerca de las fuentes de los ríos Tigris y Éufrates.

Cuentan leyendas locales que un rey asirio, Nimrod (constructor de la torre de Babel: los mitos se tejen entre sí), condenó a Abraham a la hoguera por no querer adorar a ídolos de piedra. Mas las llamas se volvieron gotas de agua, y los troncos, carpas, por orden de Yahvé.
En las aguas moraban dos tipos de seres superiores, según mitos mesopotámicos. por un lado, unas divinidades ancestrales, situadas en el inframundo (el cual se confundía o se hallaba en conexión con las aguas de los inicios), llamadas Igigi. Se oponían o se distinguían en principio de los Anunaki, divinidades celestiales. Eran anteriores a los dioses del cielo que explotaban a los primeros: éstos tenían que trabajar, ocupándose de los campos labrados y del mantenimiento de los canales de regadío. Entre estas divinidades primordiales destacaba Inanna o Ishtar (la Afrodita mesopotámica; la comparación no es casual: la griega Afrodita también era una divinidad primigenia, nacida de las aguas).

Los seres superiores íntimamente ligados a las aguas, empero, eran los Apkallu. El nombre deriva del sumerio ab.gal: no se sabe lo que significa, aunque literalmente se traduce por agua-grande.
Los Apkallu estaban al servicio del dios Enki: éste era el dios de los fértiles ardides, ingenioso y arquitecto, que completó y habilitó el espacio. Dios artesano o técnico, Enki dominaba las artes con las que dar forma al mundo.
Al igual que su maestro Enki, favorable a los hombres, los Apkallu fueron quienes transmitieron las artes a los humanos, y les enseñaron cómo operar para habilitar un espacio propio, para domesticar la tierra y los animales.
Es por eso que los Apkallu eran considerados unos sabios.
Los sabios eran siempre unos ancianos; la barba les otorgaba un aspecto venerable.

¿Qué aspecto, entonces, podían tener los Apkallu, unos sabios para quienes las aguas primordiales, de la sabiduría, eran su espacio vital?
Solo podían asemejarse, o ser, unos peces barbados: unas carpas. Los Apkallu eran unas carpas sagradas, adoradas por los humanos precisamente porque ayudaron a los hombres a hacerse con el mundo. Beroso, un autor tardío babilónico que escribía en griego (s. III aC), contaría que un día los humanos vieron salir de las aguas a siete sabios en forma de carpas que les enseñaron toda clase de técnicas, entre éstas, las edilicias, para que pudieran construirse su espacio y guarecerse.







Las carpas sagradas, esenciales para la arquitectura, de Sanliurfa, son un recuerdo de una antiquísima concepción de la naturaleza divina, según la cual las divinidades de los inicios estaban en contacto con la materia originaria, el agua, de donde surgió el universo: eran peces que educaron a los hombres. Éstos aún les dan las gracias por los favores concedidos.


Fotos: Tocho, enero de 2012

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