martes, 10 de enero de 2012

CARTHAGO DELENDA EST?























Cartago: termas romano-imperiales / villas romanas (criptopórtico, mosaicos, peristilo) / puerto púnico circular.
Fotos: Tocho, enero de 2012

Las ruinas suscitan la nostalgia. Evocan un pasado esplendoroso que se fue.
Los restos de Cartago, sin embargo, son un motivo de esperanza, pues son verdadera arquitectura. Comprenden ruinas fenicias y romanas. Destacan las hermosas termas antoninas, cerca del mar, y unas villas romanas en la ladera de una colina orientada hacia el golfo ceñido por montes que parecen volcanes, y por palmeras.
Las ruinas no son arquitectura en ruinas, sino que son la única arquitectura verdadera: aquella que solo se habita con la imaginación; capaz de despertar, de alentar la imaginación.
Las formas están reducidas a elementos esenciales: una columna, un muñón, un fragmento de mosaico, cuyos motivos ornamentales circulares, casi invisibles, son una imagen de la planta del edificio casi imperceptible, como si la planta se reflejara en el mosaico que cubre la planta.
El edificio solo existe en la imaginación. Proporciona elementos para que aquella reconstruya el edificio. Nadie se fijaría en él si estuviera entera. Lleno de gente ocupada, yendo de un sitio a otro, solo sería el marco en el que se desarrolla una actividad. El bullicio, el movimiento impedirían captar el silencio que lo invade. 
La arquitectura es un contenedor de silencios. El ruido exterior, asociado al desorden, se detiene ante los muros. Silencio que evoca la quietud, el reposo que todo edificio tiene que brindar. Uno se asienta, descansa en una obra de arquitectura. Ésta ofrece un abrigo, una sede donde quedarse quieto, a fin que cese el movimiento errático de quienes llevan una vida errante porque no tienen un hogar; porque no tienen dónde dejarse ir, cesando de ir de un lado para otro.
Las ruinas permiten valorar cada elemento: unas piedras, unos ladrillos, fragmentos de mármol, pilares rotos, bases de columna, pilastras descompuestas. En las ruinas se aprecian los detalles. Uno camina lentamente, mirando dónde pisa. Se avanza con respeto.
Los edificios son un acto de violencia contra la naturaleza: se abren zanjan, se desmontan laderas, se horada la tierra, se desplazan piedras y montes. Las ruinas, empero, reintegran el edificio en la naturaleza. Las piedras apenas se distinguen de los cantos; las columnas son inmensos guijarros caídos, los muros carcomidos se asemejan a acantilados. Lo humano y lo natural diluyen fronteras, sus diferencias. 
Las ruinas son una razón para soñar. Las formas que uno se imagina son esenciales, puras. Están libres de detalles prosaicos.
Son restos; y promesas a la vez; deshechos, y gérmenes. Invitan a reconstruir mentalmente el edificio que nunca lucirá mejor que en sueños. La imaginación sobrevuela los restos, se alza a partir de éstos.
Imaginar es el poder que ser humano posee; lo que le distingue de las bestias y los dioses (que no necesitan soñar pues lo tienen todo a mano: no desean nada, pues nada les falta; por eso tanto envidian a los humanos; los dioses quisieran ser mortales, para poder aspirar a la inmortalidad).
Las ruinas son el mejor, quizá el único acicate de la imaginación. Y las imágenes generadas son las más puras, verdaderas, pues son imágenes que nunca sufrirán el transvase en la materia; nunca se materializarán; siempre quedaran como imágenes o sueños, incontaminados.
No, las ruinas no suscitan melancolía o desesperación, no evocan la caída o la pérdida, sino una nueva plenitud, más plena si cabe porque solo existe en espíritu. Son formas espirituales, fruto del espírutu, y capaces de albergarlo. Las ruinas nos devuelven nuestra humanidad: nuestra capacidad de imaginar lo que fue, o mejor dicho, lo que nunca fue, salvo en los sueños. Es decir, ponen a prueba la capacidad creadora del ser humano, capaz de suscitar formas que solo él percibe. Formas, seres a los que da vida, y que no morirán porque no están afectados por la materia.as ruinas
Las ruinas nos convierten en inmortales: en sueños, percibimos, y vencemos el tiempo, rescatamos del tiempo las frágiles construcciones. En sueños, nunca más se derrumbarán. Salvo cuando dejemos de soñar: cuando ya no tengamos ruinas ante los ojos. Cuando ya nada quede.  

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