jueves, 31 de mayo de 2012

CRÓNICAS DE ERBIL (V y fin): ARBELES (IRAQ)







Barrio de Ainwara: viviendas, parque, iglesia cristiana en forma de zigurat.


Tercer anillo de circunvalación.


Plaza frente a la entrada de la ciudadela




Casas pudientes

Tell con construcciones neo-asirias en el centro de la ciudad








Vistas del zoco desde la ciudadela. La gran muralla blanca moderna corresponde a un nuevo bazar, desierto, perteneciente a la familia gobernante.




Casas de familias adineradas. Todo por la fachada

Fotos: Tocho, mayo de 2012.


La diferencia fundamental entre ciudades y pueblos en Mesopotamia residía en que las ciudades eran la morada de ciertos dioses. Éstos, los fundadores y protectores de la ciudad, poseían su templo principal en el recinto que las murallas establecían. El número de habitantes ni la extensión eran, por el contrario, determinantes a la hora de reconocer una ciudad.

La diosa Inana (cuyo nombre algunos estudiosos piensan que podría significar Nin An: Señora del Cielo) era una divinidad principal en el sur de Mesopotamia. En el norte existía una diosa muy similar, que quizá fuera la misma diosa: Ishtar.

Esta diosa estaba asentada en diversas ciudades, en las que poseía templos principales. Al igual que ocurre en todas las religiones, la diosa que moraba en una ciudad o un santuario era distinta de la de otro emplazamiento. Incluso en una religión monoteísta como el  cristianismo, la Virgen María de un Santuario no puede ser confundida con la Virgen que apareció en otro lugar. Son, casi, divinidades distintas, pese a tener el mismo nombre.

Inana, en el sur de Mesopotamia, era una diosa de la fertilidad y la fecundidad. sin embargo, su manifestación norteña, Ishtar, presentaba rasgos más guerreros, lo que no era óbice para que también estuviera en el origen de la renovación de la vida. Era una diosa, pero poseía barba, al menos en Babilonia; mujer y guerrera; virgen y madre: aunaba los contrarios; los trascendía; la diversidad de la vida, las contradicciones se disolvían en y ante Ishtar. Ishtar establecía o reestablecía la unidad perdida.

En tanto que diosa del cosmos antes de la partición, Ishtar permitía o simbolizaba el retorno al origen. Por ese motivo, la diosa descendió a los infiernos donde fue despojada de sus cuerpo, de su vitalidad hasta quedar reducida a un pellejo. Ésta su suerte, común a los mortales, y que Ishtar asumía, era revertida cuando Ishtar, y las almas tras de ella, remontaban y ascendían hacia el empíreo, retornando al origen. De este modo, Ishtar era una diosa redentora. Esta faceta o esta virtud se acentuó en el primer milenio aC, en particular en el norte de Mesopotamia, en el Imperio Asirio.

Sus dos santuarios principales se hallaban en las ciudades de Nínive y de Arbales; o, mejor dicho, existían dos Ishtar, de Nínive y de Arbales, a las que un rey neo-asirio como Asurbanipal (s. VII aC), rendía culto, y a las que dedicó encendidos himnos.

El templo más importante era el é.gashan.kalam.ma: la Casa de la Señora de la Tierra. Se trataba del templo de Ishtar-Ninlil (siendo Ninlil la esposa del dios del aire y de las aguas del cielo, Enlil, hijo del dios-padre An, el Cielo). Ishtar-Ninlil era una divinidad central. En tanto que Enlil gobernaba (en) el cielo en sustitución de su padre, el Cielo, que pasaba el tiempo dormitando -el Cielo siempre es inmutable-, Ishtar era la gran diosa en lo alto del panteón.
El templo cumplía una función muy particular, que mostraba cómo la religión mesopotámica (o las religiones del Próximo Oriente antiguo) habían evolucionado. Ishtar era la madre del rey asirio; esta afirmación no es gratuita, ni es una metáfora. Los reyes, de pequeño, estaban al cuidado de sacerdotisas de Ishtar que los amamantaban, y vivían en el recinto del santuario de la diosa. La relación entre Ishtar y el rey, era la misma que la que una madre establece con su hijo. La madre le aconsejaba y le advertía. En su templo, Ishtar profetizaba; es decir anunciaba los tiempos venideros; enunciaba lo que iba a ocurrir; al contrario de otras divinidades, sobre todo anteriores, que advertían de lo que podía acontecer si no se tomaban determinadas decisiones o no se emprendían ciertas acciones, lo que Ishtar contaba era cierto: iba a ocurrir. El templo de Ishtar, así, se convertía en el origen del espacio, organizado a partir de él, y del tiempo. Nada ni nadie podía torcer lo que Ishtar había previsto. Los profetas bíblicos no se distinguían de los reyes neo-asirios inspirados por Ishtar.
Este templo, sede de las profecías, se hallaba en el "acrópolis" -un tell- de Arbeles. Ciudad "santa"; la ciudad neo-asiria principal, antes que Nínive y Assur.  Arbeles, como se cantaba en un himno dedicado a su grandeza y su bondad, era el prototipo de Babilonia. Crónicas sumerias, ya en el tercer milenio aC, se referían a Urbilum. Las ciudades mesopotámicas más importantes se miraban en ella. Era, de algún modo, la Jerusalem del norte, similar a la Jerusalem celestial, terrenal e ideal al mismo tiempo, la ciudad donde residía la divinidad principal, que había establecido estrechas relaciones con su pueblo.

Hoy, Arbeles, es decir, Erbil (o Irbil), sigue estando en una encrucijada de caminos: la vía que lleva de los montes Tauro al golfo Pérsico, y la senda que comunica Occidente con Centro-Asia. El "acrópolis" (la ciudadela) aún existe, si bien está desierto; el templo de Ishtar debe de hallarse sepultado bajo capas y capas de barro.
 Erbil ha crecido como una ciudad sin ley. Es lo más parecido a una ciudad del oeste norteamericano a principios del siglo XX: vibrante, caótica, sede de todos los trapicheos; segura, en tanto que ha escapado a los atentados que asolan Iraq, e insegura, puesto que aspira a ser la capital comercial de Centro Asia, controlando el paso de los gasoductos y oleoductos, y de todos los bienes que circulan a la vista de todos o bajo mano.
Se diría que el futuro del Próximo Oriente se dirime en Erbil: la ciudad de Ishtar, diosa guerrera y vengativa.

"Arbeles, ciudad eterna, corazón
y hálito de la sagrada Asiria.
Arbeles, oh Arbeles, ciudad
sin igual, Arbeles,
Ciudad del buen hacer, Arbeles
Ciudad de ceremonias, Arbeles.
Ciudad del templo de la alegría
Arbeles. Santuario de Arbeles, renombrada
morada, gran templo, santuario
delicioso.
Puerta de Arbeles, pináculo de
las ciudades santas.
Ciudad prototípica, Arbeles, morada
de la alegría, Arbeles.
Arbeles, templo de la razón y de
los consejos,
Unión de la tierra, Arbeles.
Fundadora de ritos profundos,
Arbeles.
Arbeles tan elevada como el cielo.
Tus cimientos, sólidos como los del cielo.
Los pináculos de Arbeles son elevados,
tu imagen es Babilonia, te comparas
con Assur.
Oh elevado santuario, santuario
de los destinos, gran puerta del cielo, tributos
de todas las tierras se recogen en tu interior.
Ishtar mora aquí, Nanaya,
la hija de Sin (la Luna), Irnina,
el origen de los dioses, la primera diosa (son epítetos de Ishtar, presentada como la diosa primigenia).
Ciudad del acuerdo,
ciudad de Nanaya también, la diosa de las alturas. Los que
dejan Arbeles y los que entran están contentos y se alegran.
El corazón está contento que Arbeles se alegre.
Los habitantes estallan de alegría"

(Himno neo-asirio dedicado a la ciudad de Arbeles)






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