sábado, 22 de septiembre de 2012

Alcohol y arquitectura: Ninkasi, diosa mesopotámica arquitecta y cervecera


                                          NIN                                                             KAG




Sello-cilindro con escena de bebida: los comensales ingieren cerveza con unas largas pajas de una gran jarra (Nueva York, The Metropolitan Museum of Art.
Esta pieza al igual que otras semejantes se mostrarán en la exposición Antes del diluvio. Mesopotamia, 3500-2100 aC, en Caixaforum, Barcelona y luego Madrid, a partir del 30 de noviembre)


El imaginario de las bebidas fermentadas auna dos concepciones muy distintas, aunque lógicas, de la importancia y el efecto sociales del vino y la cerveza. Así, en Grecia, la vid y el vino fueron traídos de Oriente por el dios Dionisos. Éste, rechoncho, deforme o enano, se apartaba, pese a ser hijo de Zeus -un hijo no deseado, empero-, de la estirada y estilizada altivez de los dioses olímpicos. Su paso, su presencia provocaba problemas de orden público. Dolores de cabeza causaba su llegada a los reyes. Las mujeres enloquecían y abandonaban la ciudad para sumarse, poseídas, a la procesión báquica en la que alternaban animales como panteras y burros, seres híbridos, mitad humanos mitad animales, como los sátiros -y el mismo dios Pan, de la vegetación desatada-, y figuras antropomórficas en los que costaba, debido a su locura y su primitivismo, descubrir rasgos plenamente humanos como los genios del fuego los Telquines o los Coribantes.
Pero, Platón mismo sabía que el espacio más apto para el encuentro y la discusión, no era solo o tanto el del ágora, sino la sala de banquetes. Aunque el vino acababa por deformar y robar las palabras, las discusiones ingeniosas, en la que se hablaba de todo lo referente a la vida de la comunidad, tenían lugar durante los simposios, con una copa de vino, y danzantes extáticas, poseídas por Dionisos.
Las bebidas fermentadas poseías rasgos campestres y urbanos. La naturaleza, apenas cultivada, y el espacio domesticado, doméstico, se encontraban en lo hondo de una copa. Facilitaba el encuentro, y podía arruinarlo, desbaratando los acuerdos comunales, poniendo en jaque las leyes civiles fijadas mediante consenso.

Este imaginario greco-latino, en el que lo natural y lo artificial, el espacio indómito y el domesticado, el caos y el orden se encuentran, ya existía en Mesopotamia.
Ninkasi (Nin-Kag: Señora-Boca, Diosa que llena la Boca) era la diosa de las bebidas fermentadas, de la cerveza, principalmente, lograda por el abandono en un medio húmedo de cereales cultivados en tierras de labranza. Esta diosa era hija de Enki, el dios de las soluciones ingeniosas, de la puesta en orden del mundo, de su edificación, dios constructor, hábil y previsor, y de Ninti o Ninhursag, la diosa de las aguas matriciales: las aguas de los orígenes (Abzu, o Nammu, como también se la conocía, era, al mismo tiempo, una diosa-madre, y la materia y el espacio primordiales; Abzu era la madre de Enki, hijo y esposo de Abzu o Ninti, pues). Ninkasi nació de las aguas burbujeantes del Abzu, es decir de las marismas del delta del Tigris y del Éufrates, sacudidas por los remolinos de aire causados por la fermentación de los restos descompuestos de cañas, juncos y papiros.
Esta diosa fundó una ciudad y levantó los muros. La ciudad se hallaba cabe las aguas originarias del lal3-ḫar, o lalgar, otra denominación de las aguas primordiales. Lalgar era una región cósmica, el cielo y el inframundo al mismo tiempo, una región dulce, fértil, sabia, propicia a la vida -al ciclo de la vida, que une la vida a la muerte-, equiparada al Abzu (nombre que significaba Aguas de la Sabiduría).

Esta ciudad entonces, se hallaba al lado de otra ciudad llamada Uru-ul-la; o eran la misma ciudad. Esta ciudad había emergido de las aguas primordiales del Abzu, o se confundía con éstas. era, por tanto, no solo la primera ciudad, sino la ciudad primordial, el espacio primordial, concebido como una ciudad. Y esta ciudad, en la que nacieron todos los dioses, era una ciudad pletórica de vida: burbujeante.
La vida, el hálito de la vida, era semejante a las burbujas que animan las aguas con su incesante ascensión, y convierten la materia en descomposición en agua de vida: líquido espirituoso. Para los mesopotámicos, al igual que para todos los pueblos antiguos, la luz brotaba de las tinieblas, la vida de la muerte, el hálito de la descomposición. Ninkasi, la diosa de los líquidos que alegraban la vida, presidía el milagro: la materia descompuesta se recomponía y la vida prendía de nuevo. Los muertos resucitaban. Esta metamorfosis tenía lugar en una ciudad, de los orígenes.
Por eso, Ninkasi estaba asociada a las aguas vitales. No se celebrada simposio alguno sin que se la cantase. La cerveza, lograda por la transmutación de unos semillas, unos gérmenes de vida descompuestos, era lo que mantenía el espíritu de la comunidad.
La cerveza, al igual que cualquier bebida alcohólica, no se toma solo. Se bebe en grupo. Alimenta la creación de comunidades. Refuerza sus ligámenes. Hasta cierto punto.
Ninkasi, en tanto que diosa de la vida, hundía sus raíces en el mundo de los muertos. La alegría que infundía podía acabar, si se desmandaba, en tragedia. Muerte que, con un nuevo ciclo, alumbraría una nueva comunidad con el renacer de la naturaleza, cuando los cereales despuntan de nuevo.

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