miércoles, 12 de septiembre de 2012

Caravaggio y el Caravagismo







La extraordinaria exposición  Caravage et le Caravagisme européen. Corps et ombres, que presenta el Museo Fabre de Montpellier (Francia) hasta el 14 de octubre, plantea un tema que, posiblemente, deba ser nuevamente tenido en cuenta: la importancia de un solo artista en un cambio drástico en el arte (de la representación) y en la manera de mirar el mundo.
La noción de genio, individual, solitario y excesivo, que se impuso a partir del siglo XVIII (aunque ya Vasari, en el siglo XVI, señalaba el papel de algunos artistas "superiores" en la "evolución" del arte de la pintura hacia una mejor reproducción de la naturaleza) ha caído en desuso. El arte evoluciona debido a causas complejas, económicas, sociales, a la interacción entre artistas y clientes, etc.

Sin embargo, esta muestra cuestiona esta lectura. La figura de Caravagio determinó la historia del arte occidental durante un siglo al menos. El arte de Caravagio, extremadamente religioso -pero cuya transcendencia no desdeñaba la realidad prosaica, la inmanencia vital-, entró en conflicto con la idealización de los Carracci en Bolonia. Éstos pintaban figuras, en sobrias poses, que rememoraban las estatuas clásicas. Caravagio, por el contrario, apenas dibujaba. Utilizaba, posiblemente, una cámara oscura para plasmar complejas composiciones en un plano. Los temas eran terribles: la decapitación de Juan Bautista, el Prendimiento de Cristo. Es muy posible que no los escogiera él. Pero le escogían porque sabían que podría reflejar la terrible verdad de esas escenas. Sus modelos parecían provenir de la calle -o provenían de verdad-. No poseían las mesuras de los dioses olímpicos. Las facciones, en ocasiones, se asemejaban a las que deformaban las figuras renacentistas alemanas, desconocedoras o desdeñosas de la frialdad y la inexpresividad de la estatuaria clásica. La carne que Caravaggio pintaba era carne, no marfil.

Esta búsqueda de lo divino en lo humano, tan alejado de la estilización manierista, hubiera podido pasar desapercibida o fracasar. Por el contrario, trastocó el arte de la representación: temas y maneras cambiaron. Una pléyade de artistas, que en ocasiones intimaron con él, o al menos lo conocían (lo admiraban o lo envidiaban, y la causaban placer por el respeto o irritación por un superior dominio de la técnica) quedaron influidos por las obras y las maneras de Caravaggio. Pintores españoles, franceses, italianos y norteños, formados en Italia (Nápoles, Sicilia, Roma), o conocedores, directa o indirectamente, de la obra de Caravaggio, empezaron a tratar temas semejantes, de un modo parecido: escenas excesivamente crueles, incluso para el gusto tardo-manierista, a través de figuras nada idealizadas, parecidas supuestamente a unos don nadie de la calle, en medio de una atmósfera opresiva o glauca.
La pintura italiana, y europea, en gran parte, se dividió en dos grandes corrientes, la de los Carracci, y la de Caravaggio, que mostraron dos maneras de abordar la realidad, y dos realidades dignas de ser abordadas. El arte de Caravaggio se extendió hasta el romanticismo; la idealización de los Carracci marcará incluso el retorno al orden de los años veinte.

Fue un solo artista que logró imponer su punto de vista. Gozó de apoyos importantes, sin duda. Y tenía un prodigioso talento y, sin duda, el don de las relaciones -aunque la cólera, en ocasiones, le cegó. Era muy superior a la mayoría de sus imitadores -salvo Ribera, Velázquez y, en parte, Zurbarán, que no empalidecen (sí lo hace Guido Reni, por ejemplo). Sin Caravaggio, muy posiblemente, el arte europeo hubiera tenido una historia muy distinta. El arte bajó del pedestal. Para bien, o no.



Velázquez: Santo Tomás (patrón de los arquitectos)


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