lunes, 1 de octubre de 2012

ALIGHIERO (E) BOETTI (EN EL MoMA DE NUEVA YORK)







Fotos: Tocho, octubre de 2012

Quienquiera haya visto la muestra antológica del italiano Alighiero Boetti (1940-1989) que el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid organizó hace un tiempo, no querría repetir la experiencia visitando de nuevo la exposición que el Museo deArte Modeno (MoMA) de Nueva York tiene abierta en ese momento (Game Plan) (Plan de Juego).
Recordaría una exposición ininteligible, con obras muy irregulares, dispuestas bien separadas las unas de las otras, en las cuatro paredes de las salas, configurando una muestra mortuoria, a la que la total -y lógica- ausencia de visitantes -ahuyentados- contribuía aún más a la tristeza y el desinterés que despertaba.

Sin embargo, la exposición de Nueva York es muy distinta. Siendo las obras las mismas. Con una distribución que nada tiene que ver con la de Madrid, de pronto, las obras, a las que breves y claros textos explicativos que acompañan, de tanto en tanto, las cartelas, ayudan a entender -salvo los conocedores de la obra de Boetti, que no deben ser una multitud, es imposible, si un texto no lo cuenta, que se sepa, y se aprecie la poesía, que un sobre arrugado enmarcado, contiene siete sobres con los que Boetti hacia viajar mensajes a lugares inexistentes para que volvieran y los pudiera reenviar a otras partes del mundo hasta que, al séptimo envío, anotara una dirección correcta, que constituía el término de un viaje que, por mediación de una carta que transportaba sus palabras, Boetti, de algún modo, había efectuado-, adquieren sentido. Su fragilidad, la ironía, la belleza de los materiales simples, la levedad del gesto, las metáforas que los papeles y los tejidos conforman y, por que no, la quebradiza belleza y poesía de las obras, invisibles en Madrid, se alzan, trastocando obras casi anónimas, imperceptibles, en maravillosas construcciones de papel o de tela. Las obras se vuelven revelaciones.
La casi totalidad de las grandes obras bordadas (por la esposa de Boetti y por ayudantes anónimas, bajo las indicaciones verbales del artista) se muestran separadamente. Los organizadores del MoMA las exponen de tal modo que adquieren un carácter sagrado. En una sala de altísimo techo, bajo un punto de luz que desciende desde lo alto y se posa, encima de las alfombras a la altura de un hombre, se asemejan a las alfombran que tapizan toda la superficie de la sala de oraciones de una mezquita otomana. Este carácter sagrado que las obras bordadas de Boetti adquieren con esa presentación, no se diría que es ajeno a ellas, sino que manifiesta un aspecto latente que, quizá, hasta entonces no se había hecho presente.

No sé si el que esta exposición coincida con una antológica de los hermanos gemelos Quay -Boetti soñaba con desdoblarse, a fin de aminorar la presencia del autor, ahora escindido, o confundido, firmaba como Alighiero e Boetti, como si fuera dos artistas distintos, y se retrataba junto a sí mismo, como un ser doble-, y con una gran exposición sobre el arte para los niños en el siglo XX –que incluye marionetas y autómatas que no desmerecen de las que confeccionan los hermanos Quay, y cuyo espíritu, que ofrece un punto de vista nuevo sobre el mundo, una mirada limpia que no desdeña perder el tiempo, y jugar, resuena en la obra de Boetti- es casual –la presentación de las muestras de Boetti y de los Quay es muy parecida, y el inmenso cartel de la exposición sobre el juego podría haberse utilizado en la de los hermanos Quay-, pero las tres exposiciones se refuerzan, y la mirada del espectador azuzada por una, observa de un modo diverso, y sin duda más agudamente, a las otras dos, como si las tres muestras formaran parte de un tríptico dedicado a maneras de ver y modificar el mundo que pasan por la agudeza del ingenio y la laboriosidad manual, artesanal y anónima, que obvia el virtuosismo evidente.

La tan distinta percepción que las muestras en Madrid y Nueva York suscitan revela que una exposición no consiste solo o tanto en la acertada selección de obras, sino en su puesta en juego. Es el conjunto, los grupos, los contrastes, los que otorgan sentido a la exposición, y a cada pieza. Éstas entran en resonancia las unas con las otras, como si fueran las notas de una composición que nada son por si mismo pero configuran un conjunto en la que cada nota mantiene su individualidad pero trenza, une su sentido al del resto de las piezas, cede su sentido para que juegue con el de las demás, para contar una historia distinta que solo se aprecia y se valora cuando se recorre toda la exposición.

También se verifica una vez más que la actual dirección del Centro Reina Sofía de Madrid logra montar grandes (por su hondura), hermosas exposiciones que, sin embargo, fracasan, porque es incapaz de prestar atención a las obras, de estar a la escucha de lo que cuentan y lo que piden, sino que las utiliza para ilustrar tesis que les son a menudo extrañas, forzándolas a encajar en esquemas que nada tienen que ver, o aportan, a la comprensión, al sentido, al significado o el alcance de las obras. 

Desde luego, el talante de Boetti está a años luz del del director del Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.  

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