viernes, 18 de enero de 2013

Marcel Borràs (1989) & Job Ramos (1970): Pongamos que este cuadro es real (Caixaforum, Barcelona, 2013)





Se trata, al principio, de una conferencia. Marcel Borràs  va a narrar su viaje a Iraq, a finales de 2011, y sus impresiones del país (en un texto redactado e ilustrado con Job Ramos).  Para empezar, como cualquier turista, tiene que mostrar que ha estado allí. Todos, cuando viajamos, tenemos que tomar una fotografía, a veces borrosa y casi siempre anecdótica, que corrobore "que hemos estado allí"; como si este hecho, y esta imagen,  nos permitiera asegurarnos, y afirmar, que hemos conocido el país y sus habitantes. Un breve y contundente texto de Bertrand Russell sobre la importancia concedida a los "hechos", distribuido al público, enmarca la "acción".
La conferencia versa sobre cómo podemos conocer una cultura y qué obtenemos. Se abre y se cierra con una imagen similar: un contacto visual imposible o distante, un intento fracasado de acercamiento.
La acción está relacionada con una exposición sobre la o las culturas del sur de Mesopotamia (hoy en Iraq) (en una sala del mismo Caixaforum), en los cuarto y tercer milenios aC: una exposición que quiere acercarnos a esas culturas, o acercárnoslas, es decir exponiendo piezas que son consideradas o presentadas como testimonios veraces y explícitos de cómo se pensaba, se actuaba, se trabajaba y se vivía en el delta del Tigris y el Éufrates hace seis mil años. Se supone que las piezas expuestas (consideradas hoy obras de arte) tienen el poder de ponernos en contacto con el pasado, como si pudieran sortear la barrera del tiempo, y respondieran a los mismos criterios con los que juzgamos y recreamos nuestro tiempo. La exposición se convierte en un mecanismo y un lugar para conocer un país y una cultura (del pasado). ¿Qué mejor, entonces, que acudir a la exposición?
Los oyentes de la conferencia de Marcel Borràs son invitados a salir del auditorio para dirigirse a la sala de exposiciones en la que el actor actuará como guía. Ofrecerá su visión tanto de la exposición cuanto de lo expuesto.
Mas son las ocho y cuarto de la tarde. La sala ha cerrado ya. El contacto, el haber estado allí -como si la exposición fuera una parte de Iraq, o de su historia- ha fracasado. El público, nosotros, habitantes del siglo XXI, occidentales, nos hallamos ante unas puertas cerradas.
La experiencia de la confrontación se repite al final de la obra: el público, al concluir la conferencia, es invitado a salir de la sala por las terrazas de Caixaforum. Una azafata informa a los oyentes que están a punto de ver a un iraquí: un testimonio vivo de un país o una cultura: sobre un taburete, semejante a una peana, rodeado de focos, como una obra contemporánea, en efecto, un iraquí, o un supuesto iraquí., se halla quieto, sentado, exponiéndose a las miradas de los visitantes que, desde la distancia, sin atreverse a cruzar la barrera invisible que el haz de luz dibuja, contempla buscando encontrarle sentido, mirándolo a los ojos sin mirarlo, queriendo mirarlo todo y desviando la mirada, sin saber bien si se trata de un actor, una obra de arte (encarnada por un actor), que quizá actué o tan solo se exponga, obligando a los visitantes a mirar, como si estuvieran en Iraq, y escudriñaran con la mirada gacha -como hacemos cuando visitamos países "exóticos", de los que queremos dar testimonio, un testimonio de nuestra presencia-. El contacto es duro, frío, e imposible: una barrera -la barrera que el espacio de arte crea, se establece entre quien se expone y quien mira, entre curioso, fascinado y avergonzado-: los encuentros son solo visuales, como si éstos pudieran dar acceso a la verdad, a una  cultura "auténtica", o a una parte "auténtica" de una cultura; a una "auténtica" experiencia. Una doble experiencia ante la puerta cerrada de una sala de exposición que contiene y encierra supuestos testimonios de una cultura pasada o del pasado, y ante una persona sentada que se expone ante los demás, con el que es imposible establecer contacto alguno que no sea visual, porque aquella persona solo está allí para ser contemplada. Una parte, un habitante de un país, el testimonio vivo de una cultura (del presente) se expone, exponiendo, en verdad, lo mismo que la puerta cerrada, la imposibilidad de acceder al otro o a los otros, todo y simulando que porque estamos estado allí, en un país, ante piezas de este país o ante un habitante, creemos que hemos tenido una experiencia.

Sobre la necesidad de tener experiencias y sobre cómo comunicar las experiencias que (supuestamente o no) hemos tenido. Una exposición, una conferencia, una obra de teatro, una acción, son lugares donde acontece una experiencia (donde el visitante tiene una experiencia) y dónde se comunica una experiencia. ¿Cómo?
Marcel Borràs y Job Ramos visitaron la exposición y observaron, no las obras, sino al público mirando las obras, como si éstas, como si lo que se expusiera a la vista, fuera el público en actitud de mirar piezas. Y vieron cómo cada visitante observaba intensamente, quieto y en silencio, durante un largo tiempo, piezas encerradas en vitrinas. Se diría que trataban de alcanzar alguna verdad, de descubrir algo que las piezas pudieran albergar y que, quizá, las piezas del presente, profano, no son capaces de librar.
Marcel Borràs -es decir, el personaje que Marcel Borràs interpretaba- quiso transmitir a los visitantes la experiencia que él tuvo en Iraq y que parecía que los visitantes trataban de obtener aislándose en la contemplación de obras encerradas bajo campanas de cristal. Marcel Borràs circula entre el público y les ponía, al parecer con cuidado o cariño, la mano encima, mirándoles al parecer con atención, como hacemos cuando tratamos que calmar a una persona, y asegurarle que estamos allí, a su lado, para acompañarla e inspirarle confianza. El actor, o el personaje, quiso ir más allá del contacto visual, lograr un contacto directo, íntimo, como si la experiencia fuera energía que se transmitiera con las manos, un contacto que haría que el público se volviera más sabio y confiado. Una cámara daba fe del encuentro, y registraba las reacciones del público ante una experiencia tan directa. Quien había estado en la tierra en la que se habían modelado las piezas expuestas añadía a la experiencia visual, distante, una experiencia táctil, como  si el personaje que Marcel Borràs interpretaba fuera un chamán que ofreciera experiencias directas de una cultura y un país a los que el visitante trataba de llegar. ¿Era posible esta transmisión? ¿Útil? ¿Necesaria? ¿Ridícula? Imágenes, nuevamente, una sucesión de instantáneas daban pie a que cada uno interpretara como quisiera este acceso al pasado o a lo lejano; y se preguntara sobre la conveniencia, necesidad o utilidad de este acceso. ¿Es posible un encuentro, más allá del encuentro visual durante el que puesto que se ve se quiere o se cree alcanzar el conocimiento?

¿Conocimiento de qué? El actor leyó entonces una (supuesta )noticia publicada en la prensa española mientras estaba en Iraq. Una misión arqueológica afirmaba haber hallado pruebas de la existencia del Edén, en Turquía, cabe la frontera con Iraq, es decir en el norte de Mesopotamia. Mientras, Marcel Borrás viajaba al sur, en pos del mismo Edén. ¿Dónde adquirir la experiencia del Edén? ¿Dónde ir? ¿Acaso el Edén no estaba en la noticia? Es decir, en la mente o imaginación de quien lee, o de quien viaja, de quien mira o sueña que llegará al Edén.

¿Qué es viajar, qué implica, qué se busca y se alcanza? ¿Y cómo se transmite la experiencia del viaje, en el espacio y el tiempo? ¿Por qué tenemos necesidad de viajar y de contar la experiencia del viaje, qué "estuvimos allí" -en un lugar: un país, una exposición, una conferencia?

Entretanto, el actor narra una "experiencia" en Iraq, durante la cual hizo de visitante de una exposición -una experiencia idéntica a la de los visitantes de la muestra de Caixaforum a los que se trata de comunicar la experiencia de estar ante una cultura olvidada y en una tierra lejana y quizá temida: una visita a una Sala Municipal de Arte, en la pequeña ciudad de Samawa, donde jóvenes pintoras iraquíes exponían obras caligráficas y naturalistas. Destacaban retratos de muchachas de ojos tristes, que parecían contar una verdad que el velo que escondía el rostro de las pintoras impedía alcanzar. Los rostros pintados parecían más reales o "auténticos" que los propios rostros "reales". La imagen -la ficción- descubría lo que no se percibía "al natural". ¿Es pues necesario viajar "físicamente" para tener una "experiencia" real? El sueño, o la ilusión, ¿serían acaso vehículos más adecuados para ir al encuentro de lo deseado?
Marcel Borràs es un maestro en el arte de contar o de descubrir verdades fabulando.

La obra (¿conferencia, acción, performance?) de Marcel Borràs, escrita en colaboración con Job Ramos, e interpretada por Marcel Borràs, recurre a lecturas, acciones, proyecciones, instalaciones. Teatro, cine y artes plásticas se combinan para la mejor, la más serena -y contemporánea-, sugerente e inteligente obra de Marcel Borràs, el mejor autor y actor de teatro de España hoy.
Desde luego, se trata de una de las mejores piezas de la exposición Antes del diluvio.
Una pieza que solo se podrá ver, de nuevo, el lunes 21 de enero, a las 20 horas, en Caixaforum. ¿En qué espacio de Caixaforum?  La obra también "reflexiona" (o invita a la reflexión) sobre los espacios más adecuados para exponer obras (y, quizá, exponerse). Por tanto, saber o descubrir dónde tendrá lugar la obra es parte de la misma.
Una creación brillante que nadie debería perderse.

NB:
Se ha hecho público esta mañana que el consejero de cultura de la Generalidad de Cataluña ha ordenado el cierre de la Pequeña Sala (Sala Tallers) del Teatro Nacional deCataluña (TNC) -dedicada a la dramaturgia joven-, dada la imposibilidad de mantenerla con unos presupuestos menguantes y menguados.
Se comenta que entre las obras afectadas por el cierre, dos creaciones ya contratadas, una de ellas de Marcel Borràs y Nao Albet -por la que ya llevan dos años de trabajo-, prevista para el mes de abril, que iba, sin duda, a enriquecer (la visión d)el teatro español o catalán, y aportar nuevas ideas o puntos de vista.
Mientras, sigue sin problemas la puesta en escena, con dieciocho actores, y un coste sorprendente, de una mediocre (o infumable) obra de teatro decimonónica, solo porque formaría parte del cuerpo de "textos clásicos catalanes", en el Teatro Nacional.
Habría, sin embargo, una solución: se podría quizá poner en venta algunos de los veinte coches deportivos o de lujo, guardados en un almacén en la periferia de Barcelona, de un político joven, hijo de un político, con algún juicio pendiente.

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