jueves, 12 de septiembre de 2013

EL ÚLTIMO VIAJE DE ULISES / EL ´´ULTIMO VIAJE DE HÉRCULES: HÉRCULES ANTE LA ENCRUCIJADA (II)


“También es posible elegir fácilmente la legión de los vicios.
Es llano el camino y muy cerca habitan.
Delante de la virtud los doses inmortales han puesto el sudor.
Y el camino que a ella conduce es largo, empinado y áspero, al comienzo. Mas, cuando llegas a la cima,
Te resulta ya fácil, a pesar de ser duro.” (Hesíodo, Los trabajos y los días, s. VII aC)

“A las claras Homero mostró en la Odisea que considera al hombre no otra cosa sino alma, cuando dice:
Y llegó el alma del tebano Tiresias,
Con su áureo cetro,
Pues intencionadamente cambió el género del alma, sustantivo femenino, a masculino, con el fin de indicar que el alma era Tiresias (…)
Ni siquiera la creencia de Pitágoras en la trasmigración de las almas de los muertos a otras formas corpóreas estuvo fuera del alcance de la mente de Homero.” (Pseudo Plutarco: Sobre la vida y la poesía de Homero, 123)

Algunos pensadores, ya hacia el siglo V aC, sostenían que los relatos de Homero y Hesíodo acerca de las correría de los dioses y sus devaneos con los humanos –Zeus sedujo, raptó y violó a hombres, mujeres y niños, por ejemplo- eran aceptables si no se las consideraba literalmente, sino como alegorías de los envites del alma en su tránsito por la tierra. Así, los doce trabajos de Hércules, luchando contra monstruos sanguinarios –yeguas que devoraban carne humana, hidras, cancerberos, toros descomunales, etc.- o el zaherimiento que Poseidón, el dios de los mares, infligió a Ulises, a fin de hacerle pagar durante una eternidad el derribo de los muros de Troya  que la divinidad había levantado, fueron considerados como poderosas y eficaces imágenes de las pruebas a la que el alma humana se veía sometida en vida.
Los viajes de Ulises, como las pruebas de Heracles acontecieron en otra era, antes que el tiempo de los humanos. Sin embargo, a finales de la antigüedad, el viaje o la lucha se convirtió en una metáfora de las incertidumbres del alma y, en concreto, del alma de cada uno. Ulises o Heracles ya no fueron héroes lejanos sino que se identificaron con cada persona. El mito dejó de narrar lo que ocurría a quienes no eran humanos –dioses y héroes, cuyas acciones eran inimitables aunque destiñeron sobre las de los hombres-, para contar lo que le ocurría al ser humano, lo que nos ocurre. El mito explicó la vida interior: la vida verdadera.
Del cuerpo (sôma, en griego) que era una cárcel (sema), el alma solo lograba escapar tras duros enfrentamientos durante su vida terrenal. El viaje, así, reemprendía. Mas ya no se trataba de un viaje físico, sino espiritual y, por tanto, más difícil y peligroso. Hasta el mismo Hércules, ya a principios del siglo IV aC, como contaba Pródico de Cos, que personificaba la fortaleza del espíritu humano ante hercúleas dificultades, se halló, ya a principios del siglo IV aC, según contaba Pródico de Cos,  ante una encrucijada sin poder retroceder, y fue tentado: a la izquierda, un camino áspero y ascendente en medio de penurias, o, a su vera, una florida y serpenteante senda, entre seductores cantos  de sirena. Su elección determinaría la suerte de la humanidad. Y su posible liberación de los peligros físicos y anímicos.
Ante la historia de Europa cabe la duda sobre la pertinencia de su elección.


“El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia, fluyente; su sensación, turbia; la composición del conjunto del cuerpo, fácilmente corruptible; su alma, una peonza; su fortuna, algo difícil de conjeturar; su fama, indescifrable. En pocas palabras: todo lo que pertenece al cuerpo, un río; sueño y vapor, lo que es propio del alma; la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama póstuma, olvido. ¿Qué, pues, puede darnos compañía? Única y exclusivamente la filosofía. Y ésta consiste en preservar el guía interior, exento de ultrajes y de daño, dueño de placeres y penas, si hacer nada al azar, sin valerse de la mentira ni de la hipocresía, al margen de lo que otro haga o deje de hacer; más aún, aceptando lo que acontece y se le asigna como procediendo de aquel lugar de donde él mismo ha venido. Y sobre todo, aguardando la muerte con pensamiento favorable, en la convicción de que ésta no es otra cosa que disolución de elementos de que está compuesto cada ser vivo.” (Marco Aurelio: Meditaciones, II, 17)    

Véase también la entrada Hércules ante la encrucijada, 21 de junio de 2013: http://tochoocho.blogspot.com.es/2013/06/hercules-ante-la-encrucijada.html 

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