viernes, 6 de septiembre de 2013

La Rosa y el compás, o el arquitecto hermafrodita



El museo Granet de Bellas Artes de la ciudad de Aix-en-Provence (Francia) acoge el préstamo de la colección de arte moderno de Jean Planque por quince años. 
Se trata de una de las mejores colecciones de arte moderno del mundo. El coleccionista, que trabajaba en los años cincuenta para la galería Beyeler en Suiza, fue adquiriendo o recibiendo cuadros de pequeñas dimensiones de los grandes artistas europeos del s. XX (Degas, van Gogh, Cézanne, Picasso, Matisse, Braque, Léger, Robert y Sonia Delaunay, Redon, Rouault, Bonnard, Dubuffet, etc.). Los temas no eran siempre los habituales (Picasso no es conocido precisamente por sus marinas, por ejemplo); las obras eran -son-, casi siempre, superiores a las más conocidas o previsibles. El "ojo" del coleccionista era célebre.  

La ciudad de Aix ha rehabilitado una capilla gótica -la iglesia de Les Pénitiers Blancs- para acoger esta colección.



Fotos Capilla: tocho, agosto de 2013

Destaca un óleo insólito, pequeño, de Ferdinand Léger: La rose et le compas, de 1926.

Tiene el mismo título que una pequeña, modesta exposición en el Colegio de Arquitectos de Cataluña, en 2006, sobre el simbolismo del logotipo del Colegio -y de los colegios profesionales de arquitectos en general, que combinaban compases, escuadras, coronas de laureles y rosas. En concreto, el logotipo del COAC, pese a las sucesivas modificaciones, ha mantenido dos elementos centrales: una rosa y un compás.
La exposición no se acompañó de catálogo.
Este texto nunca fue publicado. 
Quizá pueda ser de interés. 

LA ROSA Y EL COMPÁS (o el arquitecto hermafrodita). El símbolo del Colegio de Arquitectos


I.- PRESENTACIÓN: EL SÍMBOLO DE LA EDIFICACIÓN

“Así como el Geómetra sólo sabe hallar el centro en el círculo, así sólo es sabio el que, apartándose de los extremos, sigue el medio en que la Virtud consiste.” (Juan de Borja, Empresas Morales, 1680)

“Cuelga del archipéndulo, o plomada,
Un hilo con su pesa, y sobre el plano
Se asienta, y si cayó bien ajustada,
Queda alegre el artífice ufano:
La virtud es la regla acomodada,
Y el cartabón del corazón humano,
Pero torciendo a una, o a otra parte,
El vicio reina, y la virtud se parte.”
(Juan de Orozco y Covarrubias, Emblemas Morales, 1589)

“Prudentia Metitur”
(Alonso Remón, Discursos elógicos y apologéticos. Empresas y divisas, 1627)


El símbolo de la mayoría de los Colegios de Arquitectos de España –similares al del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España– fue creado hacia el fin de la Primera Guerra Mundial por las primeras agrupaciones profesionales. En Cataluña sustituyó un emblema de finales del siglo XIX.

Ambos gráficos comprenden una serie de elementos presentes en la simbología occidental desde la Edad Media, aunque algunos se remonten quizá a la prehistoria: compás, rosa, corona de olivo y laurel, en el logotipo actual; compás, plomada, rosa, águila y estrella de cinco puntas –que, según Cirlot (CIRLOT, Juan Eduardo: Diccionario de símbolos, Siruela, Madrid, 1997 -1ª ed. 1958-, p. 205), en el Egipto faraónico, significaba “elevación hacia el inicio” y entraba en la composición de palabras como “educar” o “instruir”- en la imagen de principios del siglo XX.



II:- LOS ELEMENTOS SIMBÓLICOS Y SUS APLICACIONES

a) El compás: “opus dei”, medir y mesurar
El compás era un emblema renacentista de las artes de la mesura, reales y alegóricas. Simbolizaba tanto las artes liberales, en las que destacaba el componente ideal, tales como la Geometría y la Matemática, gracias a las que se daba forma a las cosas, como virtudes como la Templanza y la Circunspección, por medio de las cuales se edificaba el ánimo. Sus personificaciones, en ocasiones encarnadas por Atenea o Minerva, la diosa de la inteligencia nacida de la testa de Júpiter, solían ornar las portadas de los tratados de arquitectura.

Al mismo tiempo, el compás identificaba al creador, humano y divino. Desde la Edad Media, y basándose en una conocida cita bíblica (Proverbios, 8: 27–30) según la cual, en los inicios, Dios rodeó las aguas del abismo para contenerlas, el divino poder transformativo, el opus dei, se simbolizó mediante una mano emergiendo de las nubes y manejando un compás de dos puntas, abierto, posado sobre la tierra y trazando los límites del orbe.

a1) El compás y el arquitecto
En cuanto al creador humano (al arquitecto), si bien el atributo del apóstol Tomás, el patrón de los arquitectos, era la escuadra y, en el Egipto faraónico, el signo distintivo de los grandes constructores era la cuerda de medir, Dédalo, el patrón de los constructores en la Grecia antigua, pero venerado aún en la Edad Media, se asociaba al compás cuya invención le era atribuida. Las imágenes de los arquitectos medievales y renacentistas fueron identificables gracias al compás que sostenían.

a2) El compás y el alquimista. Arquitectura y alquimia
A partir de finales del Renacimiento, con el resurgir de tradiciones esotéricas tardo-romanas, de raíz oriental, los alquimistas pretendieron hallar los secretos de la creación, a fin de elevar su espíritu y hallar el elemento divino prisionero en el cuerpo. “Laboraban” y “oraban”, ejercitando la mano y la mente, en “laboratorios” donde trataron de proceder de manera inversa a como Dios operó, partiendo de la materia plomiza hacia la luz y el espíritu incontaminado supuestamente encerrado en aquélla  y simbolizado por el oro, cuyo brillo no se apaga nunca.

En la tradición alquímica, el Creador era un Ser Perfecto, representado como un andrógino cósmico en el que lo celestial y lo terrenal, lo masculino y lo femenino se unían, que, mediante un compás y una escuadra, reducía al dragón de la materia informe y daba forma al mundo (el macrocosmos) y a su equivalente, el hombre (el microcosmos). La piedra filosofal que buscaban (una sustancia misteriosa que podía trasmutar cualquier metal en oro y cuya prosecución elevaba el alma) era similar a la piedra de ángulo, la piedra fundacional (que era Cristo) sobre la que se asentaba el templo en cuyo espacio interior los fieles se iluminaban.

b) La rosa
La rosa, utilizada por los arquitectos medievales y por los alquimistas renacentistas, simbolizaba el despertar de la materia a la vida (al tiempo que su transitoriedad) cuando la luz (o la idea divina) descendía hasta la tierra; del mismo modo, el rosetón de las iglesias medievales iluminaba y avivaba la nave central sumida en la oscuridad (símbolo del mundo).

c) La corona de olivo y de laurel
La victoria pacífica y benéfica de la luz sobre la materia, del creador sobre las criaturas, del poder sobre los súbditos, se expresaba, desde la Roma imperial, mediante una corona compuesta por ramas de laurel y de olivo –elementos presentes ya, por separado, en las coronas con las que, desde la Grecia arcaica, se destacaba a los atletas olímpicos que habían edificado y fortalecido su cuerpo y su mente. El olivo simbolizaba la victoria sobre los demás; el laurel, sobre uno mismo.

d) El águila o el ave fénix
El águila (o acaso el fénix, el ave del paraíso, que anunciaba la victoria sobre la materia y la liberación del alma) y la plomada expresaba nociones similares a la de la corona de dos ramas, o la rosa y el compás. El águila era el atributo de los padres de los dioses (tales como Horus o Zeus), de Hermes (que alentaba la búsqueda del alma en la materia)  y de escritores visionarios como Juan, y fue utilizada por todos los monarcas de todas las culturas, desde Mesopotamia y Egipto hasta Roma, los Aztecas y la Edad Moderna, para expresar el acerado poder, absoluto y celestial, la capacidad intuitiva y decisoria, la altura de miras y la implacabilidad ejecutoria.
En la creación arquitectónica, el ave sosteniendo la plomada podía expresar la unión, de manera comedida, a través de medidas y trazados geométricos y de la rectitud anímica (el aplomo y la confianza que el hilo terso denotaba), del visionario diseño interno y del externo, de la forma y la materia baja, del proyecto y la construcción.


III.- EL SIGNIFICADO DEL SÍMBOLO: construir, edificar, elevar.

d) El símbolo
La disposición de los elementos en el hermético símbolo colegial destaca la coronada unión armónica de los contrarios: el compás –que, en tanto que Teoría, conecta con el mundo de las ideas y, como Práctica, las trasmite– se abre hacia la tierra que al instante se ilumina y florece –el compás y la rosa eran los atributos de la personificación Belleza, según el manierista Cesare Ripa. La rosa es el espíritu oculto en la materia que se libera atraído por el compás arquitectónico y alquímico.
La disposición cruciforme del tallo y las hojas rememora la pasión que toda obra conlleva, la muerte con respecto a la vida anterior y la resurrección posterior causada por el contacto con el mundo de las ideas.
Los siete pétalos concéntricos recuerdan las siete fases de la transmutación alquímica en pos de la luz, los siete planetas que, a modo de las siete estaciones de la cruz, ritman la ascensión, y las siete directrices del espacio (las cuatro direcciones cardinales, las dos verticales hacia el cenit y el nadir, y el centro) que se abren ante el que (se) edifica.
La corola que se abre constituye el corazón y el fin de la composición emblemática. En aquélla se resumen los contrarios, lo material y lo ideal; la disposición de sus pétalos dibuja la planta circular de una ciudad ideal, el prototipo celestial de toda arquitectura, el centro del mundo donde reside el espíritu que alumbra al hombre: al arquitecto. La corona vegetal sería la “prueba de la resurrección y de la inmortalidad” (Guénon) finalmente alcanzada gracias al estudio acompasado.
Así pues, el emblema ilustra sobre la edificación física y anímica –que la creación arquitectónica, dominando la materia oscura  para instaurar un hogar (un fuego, una luz en la tierra) simboliza.


IV.- ARQUITECTOS (MASONES), FRANC-MASONES Y EL ARQUITECTO DEL TEMPLO

e) Masones (arquitectos) y francmasones
Los símbolos colegiales, del pasado y del presente, recuerdan los emblemas que los franc-masones aún emplean.
La relación entre la arquitectura y la francmasonería no es casual, ya que ésta utiliza la metáfora de la creación arquitectónica, venciendo la gravidez, la opacidad de la materia informe, para aludir a la educación y la iluminación anímicas que pretende alcanzar.
Por otra parte, la francmasonería, inicialmente una agrupación de nobles ilustrados abiertos a las ideas del Iluminismo, creada en Inglaterra a finales del siglo XVII y divulgada en círculos de la aristocracia culta en la Francia prerrevolucionaria, se presentaba como la heredera de los gremios medievales de constructores de catedrales góticas. Esta afirmación, infundada en la práctica, no obstante era comprensible. En verdad, la francmasonería entroncaba más bien con sectas “mistéricas” –existentes desde la Antigüedad, tales como las dionisíacas, las pitagóricas o las eleusinas, y, desde el Renacimiento, los rosacruces– en busca de la revelación de la luz en la oscuridad del alma).
Agrupaciones de teólogos, constructores y artesanos, bajo la dirección de un arquitecto, eran los responsables de la edificación de los edificios sagrados. Se reunían en logias, que eran casetas de obra de cierto tamaño en las que se trazaban los planos, se construía maquetas y se realizaba prototipos). Allí resolvían problemas técnicos, pero también teóricos (sobre temas de arquitectura y religión). Algunos nobles, deseosos de educarse, participaban ocasionalmente en las reuniones. Cuando la construcción de catedrales ya no fue una tarea central en la vida urbana y con la aparición de las academias, laicas y dedicadas a estudiar las razones y no la práctica de la creación artística, las logias dejaron de existir. Fue entonces cuando se crearon las primeras logias masónicas dedicadas a seguir formando el ánimo: “la construcción de edificios materiales ha terminado para nosotros. En tanto que masones especulativos, simbolizamos las labores de un templo espiritual en nuestro interior, un templo puro e inmaculado, digno de ser la morada de Aquél que es el autor de toda pureza.” (Mackey). “La plomada”, se afirma en El libro del masón, “nos hace penetrar en lo más profundo de nuestro Yo.”

e1) Hiram, el primer constructor
Los francmasones retomaron algunos de los mitos de los constructores (o masones, del francés maçon, albañil, dedicado a la talla escultórica de la piedra franca gracias a la cual la forma humana esculpida emergía de la materia, más noble que la utilizada en la construcción de muros y cimientos). Aquéllos sostenían que eran los herederos de los constructores del mítico (y, muy posiblemente, sólo mítico, inexistente) templo de Salomón en Jerusalén, considerado como el prototipo de toda arquitectura sagrada, toda vez que los planos habían sido trazados por el mismo Yahvé y entregados al legendario rey David.
Se pensaba que el mítico arquitecto Hiram, responsable de la obra por indicación divina, conocía el secreto del verdadero nombre de Dios. Poco antes de que constructores celosos lo asesinaran, Hiram habría secretamente enterrado documentos acerca de Dios bajo los cimientos del templo que construía y que la orden de los Templarios buscó con ahínco –y algunos creían que con acierto. Estos documentos, imaginarios y soñados, habrían tratado no sólo sobre la edificación del templo, sino también sobre la del hombre, a fin de ayudarle, a través del dibujo (del disegno) y del esfuerzo, a descubrir el signo de dios (segno di dio), la señal luminosa en el alma (como también postularía Ignacio de Loyola). La arquitectura tendría como fin la formación de un templo cósmico y anímico; del macrocosmos (que el espacio sagrado reproduce) y del microcosmos, de la casa de dios (venciendo a la materia oscura) y de la morada del alma (liberándola de la cárcel del cuerpo).

Los símbolos colegiales expresarían entonces, de manera sintética y alusiva, los últimos fines de las tareas creativas, formadoras, a semejanza de las de Hiram (o de Salomón) evocados o invocados por la corona. Hoy en día, los arquitectos acaso evaluemos qué queda de aquel (elevado, utópico o absurdo) propósito.

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