lunes, 10 de febrero de 2014

LLOBET & PONS (JASMINA LLOBET, 1978 & LUIS PONS, 1979): UN MONUMENTO EN GDANSK -POLONIA-, 2013-2014)







Una ciudad portuaria polaca en decadencia: Gdnask; un barrio marinero cuyos días de prosperidad hace siglos que pasaron: Nowy Port.
Ante bloques soviéticos, un solar de pequeñas dimensiones, descuidado, que debería ser un jardín -tiene un banco y algún árbol, pero es utilizado como una zona de aparcamiento ilegal. La escasez de vehículos, en este barrio pobre, no lo ha destrozado completamente.
Invitados a residir en la ciudad por un tiempo a cambio de la realización de una obra de arte cedida a la comunidad, Llobet & Pons han concebido un monumento. Éste no se yergue, ni se contempla desde lejos, sino que se puede pisar; es la única manera de descubrirlo.
El monumento se inspira en las ruinas clásicas: en Pompeya exactamente: su destrucción, su petrificación ha preservado la ciudad romana, fosilizando seres y enseres.
Llobet y Pons pidieron a los habitantes del barrio que se sacrificaran. Tenían, si querían, que ofrendar un objeto valioso: no una pieza cara sino uno con la que se identificaran, que les trajera recuerdos y les animara; un objeto apreciado (y no preciado), cuyo precio solo los dueños conocen; un objeto portador de recuerdos.
Estos modestos enseres fueron depositados en el suelo; una lechada de cemento los ha cubierto casi enteramente. Permanecen visibles, sin embargo, apresados por el hormigón.
El jardín degradado en un aparcamiento aparece renovada. Se trataba de una zona rechazada, con la que nadie se identificada; posiblemente un solar que nadie tenía en mente. Hoy, cada miembro de la comunidad ha establecido lazos con este espacio, milagrosamente cuidado. Ha entrado a formar parte de sus vidas. Cuenta una historia, como la lava de Pompeya cuenta los últimos días de la ciudad sepultada.
Los objetos enterrados en Gdansk no serán nunca excavados. No tienen "valor". Pero cuentan la historia de un barrio; narran cómo se vive -o se vivía a principios del siglo XXI si, un día, un arqueólogo lo ataca con un pico y una pala-. Pero este monumento no está pensado para ser descubierto en el futuro. No se trata de activar la arqueología del futuro. Se trata "tan solo" de que cada miembro de una comunidad que haya querido desprenderse de un fetiche (un peluche, una cajita, un instrumento musical de plástico) pueda reconocerse en este monumento y sentirme parte de una comunidad que ha transforma, junta, un solar abandonado en un espejo, espejo de la generosidad, la gratuidad del gesto, el deseo de compartir, de estar juntos presente en un sitio. El monumento es el sitio donde esta comunidad se encuentra. Cada persona ha salido de las paredes que lo encierran (o lo protegen) y se ha abierto a los otros, desvelando una parte de sus secretos, ofrendándolos a los demás. El monumento se convierte en un suelo común, en el que una comunidad desestructurada puede empezar a recomponerse.
Llobet y Pons son unos de los artistas más inteligentes y discretos o formales, que saben hallar la forma de expresar ideas que revelan aspectos desconocidos del mundo, convirtiendo gestos y objetos menudos en símbolos de un lugar y una época, sin estridencias ni pretensiones, de "manera" clara y sugerente; obras casi invisibles, por otra parte; obras que se pisan y se desgatan, pero constituyen un zócalo donde la vida se erige.  Obras que son, literalmente, fundamentales, la base de unas vidas.
  

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