miércoles, 19 de noviembre de 2014

RAFAEL MONEO (1937): CATEDRAL DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES (DOWNTOWN, LOS ÁNGELES, 2002)




















Fotos: Tocho, Los Ángeles, Noviembre de 2014

¿Se puede construir una catedral en tiempos profanos, descreídos? No faltan templos construidos desde los años cincuenta hasta hoy, y la mayoría revelan, independientemente de la capacidad de aquietar el alma (o elevarla, como la capilla del Monasterio de la Tourette, quizá el mejor proyecto de Le Corbusier -o el único que resiste el paso del tiempo), pero todos manifiestan cierta incomodidad con las imágenes de culto, suplidas por vagas formas antropomórficas -a veces tan involuntariamente grotescas como las recientes que, bien adaptadas al fondo, decoran las fachadas del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, del taller de arquitectura  que la construye a partir de las escasas indicaciones conservadas de Antonio Gaudí-, o por juegos de luces blancas que, en ocasiones dibujan cruces.
La Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, de Rafael Moneo, en el casco antiguo de la ciudad californiana, no escapa a esta tirantez.
Se trata de un templo católico. La comunidad a quien va dedicado es seguidora de la virgen de Guadalupe. Las iconografía mariana debería estar muy presente en la catedral. Lo está, mas en contra de la voluntad del arquitecto.
Si no fuera por el color terroso de los bloques de hormigón con el que ha sido levantada, y del pavimento interior ocre, el templo se asemejaría a un templo protestante.  La forma del templo revisa la concepción del hijo de Dios y de su sentido.
El interior se organiza entre dos polos: un baptisterio con agua bendita, que se asemeja a los primeros baptisterios cuando el bautizo se realizaba por inmersión de los adultos en una piscina -y que concede una decisiva importancia a la purificación, y al renacimiento, en contra de la condena de la carne y de la muerte siempre presente en la teología católica-, y un baldaquino que soporta una inmensa ventana cuyos montante y travesaño dibujan una cruz que flota en lo alto del espacio. La cruz, así, no se muestra como una carga, sino como un signo luminoso de victoria, semejante al que alentó a Constantino.  La  forma de la cruz que, habitualmente, estructura la planta de una iglesia católica - y no protestante-, y que insiste en el largo camino de la cruz por el que debe transitar el fiel en vida antes de la resurrección tras la muerte, se desdibuja: la nave de la catedral está levemente girada con respecto al altar y el deambulatorio, por lo que la nave, cuyo techo de madera evoca la quilla de un barco -el arca redentora-, se convierte no en un espacio de tránsito (término que evoca el camino hacia la muerte) sino en un lugar de recogimiento -similar, una vez más, al que constituye el templo protestante. Este giro, por otra parte, quiebra la centralidad del púlpito. De este modo, la catedral deja de ser el espacio donde resuena la voz del sacerdote -mediado entre el cielo y los fieles sumisos- y se transforma en una imagen del mundo interior en el que el fiel se adentra para mantener un diálogo íntimo y en silencio, un diálogo personal con la divinidad. La mediación que la iglesia católica brinda se desvanece. El fiel comulga directamente con el hijo de dios. El templo lleva del agua a la luz, prescindiendo de la gravedad del barro y la piedra que lastra el alma.
La catedral de Nuestra Señora de los Ángeles ofrece, en este sentido, una visión nueva sobre las relaciones entre el cielo y la tierra, gracias al juego  con las formas canónicas de una catedral. Ésta es así, un ejercicio más brillante o sugerente desde el punto de vista teológico que verdaderamente arquitectónico.

4 comentarios:

  1. Me causa la misma impresión, la de un recinto religioso que transmite la frialdad de una iglesia protestante, cuando está vacía, por supuesto. Sin embargo, me cuesta ver algunas de las cualidades que usted le atribuye.

    Encuentro que es un espacio puritano, reprimido remilgado, cursi…, nada tiene de grandeza, por muy altas que sean las bóvedas. Esa crucecita acomplejada, esas campanitas, esa cruz central en lo alto del altar que está como si no estuviera, confundiéndose con el armazón de una ventana de cuatro paneles…, y por Dios, esas velas sostenidas por un angelito en medio de la nada, y que no se sabe si es una broma o una concesión para que no se diga.

    Subirachs recibió muchas críticas, y con razón, pero esta obra…, “déu n’hi do!”.

    Tal vez visitarla, adentrarse en ella, puede que lo cambie todo, y entonces me callo, pero las imágenes nos hablan de lo contrario, y de titubeos y soluciones hechas sin convicción. Para mí es el Moneo más flojo y timorato. Si le añadiéramos unas filas de butacas podría ser perfectamente un auditorio, igualmente ramplón y helado. No sé si el órgano y la grandeza de Bach le deben proporcionar la suficiente calidez y espiritualidad de la que me parece no propicia.

    Las iglesias católicas levantadas en los últimos tiempos, a partir de los años 50, como muy bien apunta el texto, se han quedado sin iconografía potente, o se han quedado directamente sin ella, la tradición se frenó y ninguna imagen o conjunto de ellas, evolucionadas y con sentido, le han dado continuación. Las iglesias católicas contemporáneas se han quedado en la más absoluta iconoclasia a la manera protestante, o en las más bobas figuras escultóricas. Los murales, o más bien pinturas sobre telas de este lugar ¿de quién son? ¿Inventan otra tradición? ¿Se reconoce que ilustran pasajes entresacados de los Evangelios? La pintura evocando el bautismo da qué pensar. ¿El arquitecto se negó a hacer un homenaje mariano?

    En efecto, tiempos profanos incluso para quienes toman partido por el “opus dei”.

    Unas preguntas que me hago y que las dejo ahí. ¿A ningún arquitecto se le ocurrió encargar a Tàpies un dramático mural “crucificado” para alguna iglesia? O de brazos, torsos, pies, figuras y texturas dolientes? Un vitral suyo podría haber sido un hito. Una crucifixión de Tàpies o de Saura, de Mira o de Amat…

    Bien resuelto o no, al menos Barceló ha sabido comprender e interpretar icónicamente la tradición católica. Lo mismo que supo ver Chagall a su manera.

    Las capillas e iglesias de Tadao Ando ¿son católicas o protestantes? Una combinación entre su visión esencial, luminosa, espiritual e imaginativa, al tiempo que escenográfica -al fundir cierto espíritu zen con la parte más monacal del catolicismo- con una visión trágica según la tradición española, podría dar o haber dado unos resultados magníficos. Siguiendo con Moneo como ejemplo, ahí está el acierto de la puerta de Cristina Iglesias que encargó e hizo instalar en su remodelación de El Prado.

    Aunque en el caso de esta Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, seguramente sus responsables eclesiásticos no hubieran estado para esos trotes.

    Saludos.

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    1. Completamente de acuerdo.
      En verdad, dicha catedral presenta un grave problema, señalado en primer lugar por el propio Moneo: la confluencia de una arquitectura que quería ser despojada, y na iconografía ñoña, impuesta -pero repudiada por Moneo.
      Si los candelabros son cursis, qué podríamos decir de la estatua de la Virgen, de bronce dorado, sobre la entrada. Entre una felicitación navideña de Ferrándiz y el peor Lladró.
      Del mismo modo, un rincón, en el pario dedicado a la Virgen de Guaalupe, con un mosaico, es otro horror.
      Los tapices, la escena del bautizo, son motivos ajenos a la obra.
      La cruz, en cambio, que se impone en el espacio, sí es de Moneo.
      Pero es cierto que dicha catedral parece un espacio profano.
      La verdad es que la primera vez me dejó indiferente y ésta me ha gustado algo el tamaño, y la austeridad inicial, si bien no logra transmitir lo que los espacios de Tadao Ando sí producen con menos medios o más controlados.
      La necesidad de crear un espacio descomunal -base del encargo- también ha dañado el resultado de la catedral, menos "espiritual" o acogedora, y más concebida para "acoger masas" -y vehículos (el aparcamiento es la parte más importante del conjunto)- que espíritus.
      Desde luego, los católicos, en tiempos en los que la imagen prolifera, pero está devaluada, lo tienen mal.
      En cuanto a Tàpies, realizó la capilla -dedicado a múltiples cultos- de la Universidad Pompeu Fabre de Barcelona. Está abierta al público y a los fieles.

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  2. Una de las pruebas más evidentes de la crisis del catolicismo se encuentra en esa pérdida de referentes iconográficos que solamente en algunos países del Tercer Mundo han sabido reconstruir con una gran dosis de ingenuidad i estética naif.

    No estoy convencido del todo que la idea de Belart hubiese sido acertada, ni Tapies ni Saura pintaron para ningún dios popular ni sus imágenes hubieran aportado tampoco algún significado nuevo al catolicismo fuera de fomentar todavía más esa visión oscurantista que lo está excluyendo, cada día, del mainstream de la historia. Cuando las batallas se pierden se puede intentar ganar la guerra, pero mucho me temo que esa guerra también está perdida para Roma. Chagall fue diferente, más en esa línea naif, pero no para Europa después del Holocausto.

    Mil veces repetimos que vivimos en un mundo poblado por imágenes, y así es, pero ninguna de los millones que pueblan nuestra retina puede acomodarse con naturalidad en los muros de una Iglesia. El ensimismamiento del Arte y la abstracción de las vanguardias, su iconoclastia tan semejante a la luterana i a la musulmana han desnudado al catolicismo como si fuera, él también, aquel rey que iba desnudo.

    Saludos.

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    1. Me preguntaba si una parte de las imágenes religiosas renacentistas y manieristas fueron realmente populares. Hubo cuadros de devoción, grados devocionales que seguramente gozaron de gran difusión, mas no sé si las grandes compposiciones de Rafael, Miguel Ángel, Tiziano, pese estar pensadas y realizadas para espacios sagrados, en verdad no se concebían para el disfrute -más profano que sagrado- de nobles y cardenales.
      Rouault intentó -y seguramente- logró pintar imágenes sagradas que evitaron tanto el esoterismo cuanto lo banal, peero es posible que el gran pintor religioso del s. XX, pese a cierta repetición, fuera Rothko, que goza de la doble estimada popular y crítica, aunque sus pinturas para una capilla hayan acabado en un museo.

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