domingo, 21 de junio de 2015

Indoeuropeos

Un voluminoso estudio histórico ha revolucionado recientemente la historia en Francia: Mais où sont passés les indo-européens? Le mythe d´origine de l´Occident (¿Pero dónde han pasado los indo-europeos? El mito de origen de occidente), de Jean-Paul Demoule, publicado a finales del año pasado.
Lo que ha sacudido la visión de la historia no es tanto lo que cuenta, ya sabido, sino la exhaustiva documentación que expone con todo detalle la extensión de las creencias -o la ideología- que subyace al estudio de los indo-europeos.

Los indo-europeos, inicialmente, no existían. El indo-europeo fue una lengua muerta. Éste no se encontraba en ningún texto, sino que fue deducida, ya en el siglo XVIII. Se observó  cierto paralelismo entre el sánscrito, el persa, el griego antiguo, el latín y el celta. Existían palabras con lo que parecía raíces comunes.
Se dedujo que estas lenguas antiguas, extendidas por dos continentes -y todos, si se piensa en la difusión de lenguas modernas como el español, el francés, el alemán, el italiano y el inglés, fruto de la colonización-, en tierras muy alejadas entre sí, desde la India hasta España, debían proceder de una lengua común, y no de influencias mutuas. Fue entonces cuando se postuló que esta lengua, a la que se denominó indo-europeo, debía ser la lengua propia de un pueblo. Y éste tuvo que tener una tierra de origen, que no debía coincidir con ninguna en la que se hablara una lengua "indoeuropea". Se postularon, entonces, a través del estudio de determinadas palabras que podrían reflejar un determinado entorno natural -nombres de árboles, animales, etc.-, posibles lugares de origen: centro Asia, y el norte de Europa fueron los que suscitaron una aprobación generalizada por parte de lingüistas y, posteriormente, de antropólogos y arqueólogos. Unos estudiaban palabras, otros buscaban objetos que revelaran costumbres y otros, finalmente, buscaban huellas que determinaran modos de relacionarse con el entorno y con otras sociedades: tanto trazas de asentamientos cuanto de batallas. El indo-europeo pasó de ser una lengua a ser un pueblo, y una tierra. Esta tierra era la tierra de origen del pueblo cuya lengua estaba en el origen de la mayoría de las lenguas mundiales. No de todas. Las lenguas semitas -así como lenguas africanas, etc.- quedaban excluidas. Por otra parte, el indoeuropeo se impuso como lengua allí donde ya existían lenguas "nativas". Eso significaba que los indoeuropeos fueron capaces de dominar para siempre otros pueblos. Por tanto eran guerreros. Físicamente superiores, mejor armados y organizados. eran, pues, un pueblo superior. Y originario. De algún modo un pueblo elegido. Por otra parte eran físicamente distintos: sus cráneos eran distintos del de los pueblos que subyugaron (pueblos semitas, del sur de Europa, etc.).
Estas deducciones, sin embargo, chocaban con lo que la Biblia cuenta. por tanto, ya desde finales del siglo XVIII -y a lo largo del siglo XIX y parte del siglo XX- se postuló que los indoeuropeos eran el pueblo elegido -en contra de los hebreos- y el Edén se hallaba en Centro Asia -o en el Norte de Europa-, y que la biblia no contaba la verdad o que había sido mal interpretada, versión que se impuso.
Este pueblo superior tenía que ser ario. Y los celtas, los germánicos o los alemanes, descendientes de este pueblo. Los restos arqueológicos hallados en el norte y el centro de Europa, no eran, sin embargo, deslumbrantes. Si lo eran los griegos y romanos. Eso solo podía significar que el arte clásico floreció tras invasiones arias (jonias, dorias) acontecidas a finales del segundo y principios del primer milenios. Lo mismo ocurría con el arte mesopotámico. fueron invasiones arias las que trajeron la cultura. Europa, y no el Próximo Oriente, aparecía como la cuna de la civilización, de una cultura superior.  
Se había encontraba al verdadero pueblo elegido. No era semita, sino blanco (alto y rubio). Esta predilección tenía que continuar. Ya fuera dominando, seleccionando o eliminando poblaciones que no casaban con estas características, pues socavaban las virtudes del pueblo indoeuropeo. Este pueblo era una raza. Poseía rasgos físicos propios. La raza de la que eran portadores era una raza también superior, y predilecta. El resto de las razas eran secundarias, o innecesarias. Lastraban el progreso.
Esta visión de la historia apareció en el siglo XVII y ha perdurado hasta los años setenta del siglo pasado. Se dio en la mayoría de los países europeos, no solo en Alemania. pocos historiadores escaparon a esta visión. El gran egiptólogo y sumerólogo Henri Frankfort fue una excepción. Huyó de Alemania en los años treinta.
Se dio también en España. Un gran historiador del indo-europeo, Pedro Bosch-Gimpera, cuyo maestro era alemán, postuló que en España existieron dos razas: celta e íbera.  Bosch Gimpera consciente que la asociación entre el indoeuropeo, los indoeuropeos y una raza determinada, podía molestar.  La celta ocupaba el centro de la península; la íbera, que era aria, la costa mediterránea, sobre todo en el noreste de la península. Las características físicas, los valores de cada raza han perdurado hasta la muerte del historiador, en los años setenta del siglo pasado. La raza íbera era superior, y las guerras en la Península fueron guerras entre dos razas desiguales.
Algunos partidos europeos parecen, hoy, sacar partido de esas creencias , construcciones, sueños (o pesadillas) que la arqueología -y la lingüistica- han desmontado.

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