jueves, 2 de julio de 2015

El silencio del museo (Carles Guerra, Fundación Tàpies, Barcelona, julio de 2015)




La imagen de una mujer (Madeleine) rubia, con el pelo recogido, bien y estrictamente vestida de gris, mostrada de espaldas, sentada en silencio, la espalda recta, un un banco sin dosel, absorta ante un gran retrato femenino barroco que parece mirarla, en una sala abovedada de piedra, por la nadie circula, en el Museo de Arte de San Francisco, ha quedado como un icono de la película Vértigo (Entre los muertos, 1958) de Alfred Hitchcock.
Nadie entra ni se atreve a distraerla. Parece una estatua. El retrato, por comparación, está vivo.

Los museos son lugares de contemplación. Contemplar es una actividad. Implica mirar quietamente y pensar. El pensamiento -las ideas que ocurren- es activado por la mirada, mientras se mira.
El visitante contempla la obra. Pero es también contemplado por ésta. Se establece un juego de miradas. El visitante se sabe observado. Y se deja observar. Está fascinado por la obra, por la manera como la figura, naturalista o abstracta, lo recibe. Siente su presencia y su influjo. Tras este cruce de miradas, al menos por un momento, será distinto.
Visitar un museo es un asunto de dos: el visitante y la obra. Exige una ruptura con el mundo. Se establece un cerco alrededor de cada espectador. Comulga con la obra, no con el mundo, al que dejado de mirar, y al que volverá, transformado quizá, tras la visita.
Visitar un museo constituye en alto. Se entra en otro mundo, poblado de seres y enseres más vivos que nosotros, que nos esperan y nos observan desde el más allá. Sus ojos no parpadean. No necesitan ni siquiera el instante en que la mirada se cierra; no están sometidos a la ley de la vida mezclada con la muerte. Han superado la muerte, y miran desde el otro mundo, invitándonos a entrar. El título original de la película de Hitchcock lo dice bien: en un museo se está entre los muertos; muertos que han superado el trance de la muerte y han alcanzado la vida eterna, siendo capaces de volver la mirada al mundo que han dejado.
Apartarse y olvidarse del mundo. tal es la función que esperamos que cumpla el museo. No hace falta evocar a las musas, hijas de la diosa de la Memoria. Sin saber nada, una visita a un museo, con pinturas y esculturas, equivale a pasear entre seres, que no necesitan moverse para creerse vivos, que han escapado del mundo.
Por eso sorprende las recientes declaraciones -si están recogidas correctamente por el periodista- del nuevo director de la Fundación Tàpies, Carles Guerra: "no queremos un espectador que pase y mire". El museo deberá ser "un plató donde pasen cosas y el público no venga solo a contemplar las cosas que hay colgadas en las paredes..."
Los cuadros son cosas. Un museo es un lugar donde pasan cosas...
Las "cosas" pasan, no duran. Y nosotros no podemos "limitarnos" a contemplar. Mirar atentamente, sentirse acogida por la obra (la "cosas") ya no es suficiente.
Ya no sabemos, o no podemos, mirar, quietos, en silencio, sentados. Ya no nos dejan sentarnos y mirar. Tenemos que "participar".
Estamos en 2015.

2 comentarios:

  1. A ese fenómeno yo siempre lo denomino con el sencillo y doméstico dicho de “inventar la sopa de ajo” ocurra en 2015, mucho antes o en el porvenir. Ocurre en todos los campos. Fíjese si no en el educativo del que tanto se discurre en el “Café de Ocata”. No hay terreno sensible en el que no se quiera “romper esquemas” supuestamente obsoletos. El razonamiento que hace usted, tan cierto y atinado que describe un fenómeno tan poco usual fuera de un museo, nos lo tenemos que cargar porque, ya sabemos, hay que interactuar y que “pasen cosas”. Es como si alguien propusiera acciones suplementarias en el acto de la lectura de un libro. Las performances eran micro acciones teatrales “provocativas”; ahora por suerte, las instalaciones son montajes que invitan a la reflexión o a la emoción para seguir el mismo criterio de observador silencioso en un museo.

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    1. Totalmente de acuerdo. ¿A qué esta necesidad de "participar"? Parece, hoy, que no se pueda contemplar, no se pueda aislarse, sino que se tenga siempre que estar "activo", lo que significa moverse, ajetrearse.
      Dejar tiempo y espacio para pensar en lo que uno siente ya sería un bien cambio. Pero no, más de la mismo: ser siempre el centro de atención

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