viernes, 14 de agosto de 2015

El templo egipcio

La creación del mundo era considerada como un desgarro en la Grecia antigua. La razón no residía tanto en los dolores de parto de una diosa-madre, Gea, la tierra, como en la concepción de la divinidad como única, como el Uno, que tenia que fracturarse o dividirse para dar a luz a los distintos seres y entes. Este desgarro o desmembración era considerado una pérdida. Los "hijos" sufrían en comparación con el padre o la madre. Eran más opacos, no poseian la brillantez del genitor. Disponían sin embargo de la posibilidad de retornar al origen, anulando la fractura causada por la creación. De algún modo, ésta era un mal que había que solventar lo antes posible. Desgarro o caída, pérdida y disminución: los términos que describían la creación la presentaban como un acto doloroso. La propia creación de Afrodita, diosa de la belleza y la vida, resultaba de la emasculación y neutralización de su padre, acto violento que dio lugar también a la aparición del cielo y la tierra antes íntimamente unidos.
En Egipto, por el contrario, la creación fue considerada de muy diverso modo. En el origen, érase el caos y no la luz o la unidad que se fragmentaria y se apagaría a medida que el cosmos se constituiría en la Grecia antigua . Los dioses egipcios emanaban, eran hipóstasis de figuras anteriores. La creación debía ser preservada, el retorno al origen evitado porque implicaría una vuelta al caos y a la noche.
El templo, cuya construcción y cuya firma resultante repetía o imitaba la creación del cosmos, cumplía la misión de salvaguarda del mismo. La forma de los pilones o fachadas recordaba la del montículo originario de barro del Nun, las aguas primordiales, en el que una flor de loto se abriría para liberar al sol. La manera cómo el templo velaba por la pervivencia de la creación era eficaz. Un templo comprendía una multitud de estancias y pasadizos, techos y patios, muros y columnas. El espacio estaba fuertemente dividido, controlado. No existía un espacio único, sino una sucesión de lugares encajados los unos dentro de los otros. Esta sorprendente multiplicación de estancias tenía como fin manifestar y preservar la ordenación, la división del mundo a partir del control del caos inicial. La partición no era vista como un mal sino como la neutralización de la noche, su encierro y su desactivación, dividida en seres cuya forma ordenada debía ser preservada. El origen nunca fue juzgado como un parto doloroso sino como la solución al dolor que la falta de creación, el desorden previo a la creación imperaba. El templo, la multiplicación de templos, aseguraba así que el peligro del eterno retorno no existiría 

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