martes, 29 de marzo de 2016

TIMGAD (O LA VIRTUD DEL URBANISMO ROMANO)

























































































Fotos: Tocho, marzo de 2016

Bajo una luz que las nubes potencian, las ruinas de la ciudad romana de Timgad apenas se distinguen del entorno, pese a ser uno de los mayores y mejor conservados yacimientos arqueológicos de la Roma imperial.
Sobre una árida y polvorienta estepa argelina, a unos mil trescientos metros de altura, los restos, de sillares pardos y ladrillos apagados, se confunden con la tierra, o se asemejan a un campo sembrado de rocas, o a un bosque ralo y seco, entre el que destaca incongruentemente un arco de triunfo entero, demasiado perfecto, destinado a no se sabe qué ejército.  
Timgad -una colonia de veteranos fundada por el emperador Nerva a finales del siglo I dC sobre un asentamiento bereber, y que perduró hasta el saqueo de los vándalos en el siglo V- ilustra bien las virtudes del urbanismo romano: una cuadrícula perfecta alrededor de los ejes centrales del cardo y del decumano, orientados según los puntos cardinales, en la que se inscriben los principales equipamientos públicos urbanos: el foro y las instituciones municipales, el mercado, el teatro, el área sacra, los templos dedicados a deidades orientales.
Pero Timgad revela la lucidez o el pragmatismo romano. Antiguos caminos, que no encajan en la cuadrícula son incorporados en la trama. Las termas eran un mundo aparte; invitaban al ocio y al recogimiento. Su implantación se desmarca de la cuadrícula, como si constituyeran un mundo propio o aparte; el crecimiento de la colonia desbordó los límites de las murallas. Las nuevos barrios y equipamientos se adaptan a la orografía periférica, como si, lejos del foro, el estricto orden se relajara a fin, quizá, que la ciudad, todo y manifestando o exaltando la superioridad de la ley (romana) -que se refleja desde las trazas urbanas hasta las filas prietas de ladrillos y los distintos aparejos de piedra y de terracota, y el enlosado público de piedra, dispuesto como un pulcro tapiz pulido que refleja la luz-, se insertara en el territorio y entre asentamientos autóctonos que respondían a criterios de implantación y de crecimiento posiblemente muy distintos. La ciudad romana actuaba como un modelo, pero tendía puentes con el entorno.
Cuando las piedras han caído y las columnas ya no enmarcan ningún monumento, el orden impreso en la árida tierra como un sello, sigue siendo visible, capaz aún de evocar la dura y casi absurda tarea de poner coto al polvo -que no cesa de alzarse. Las calles y los callejones eran redes que trataban de atrapar no sé sabe bien qué sueños. Y éstos han perdurado.

2 comentarios:

  1. Es impresionante el estado de conservación tanto del yacimiento como, sobretodo, de los tochos que conforman las construcciones. He visto edificios actuales con ladrillos en muchísimo peor estado de conservación. Muchas gracias por las fotos y el artículo, brillante como de costumbre. David.

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  2. El estado de conservación es sorprendente, en efecto; parece una ciudad no muerta, sino abandonada -recientemente.
    Los aparejos son modélicos, en efecto, y la diversidad de ladrillos de terracota para mi sorprendente: piezas de planta cuadrada y rectangular, de cantos rectos o redondeados, de tamaños y espesores variados, la cantidad y calidad del material, en un medio árido y no sé si hostil maravilla.
    Muchas gracias

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